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Epístola contra la envidia y la mala idea: Dos pecados de corte universal

Columnista: Pepocles de Antioquía

Prolifera el “topicazo” de que la inteligencia reside en “nuestra capacidad de escuchar”, tachonado por la frase “cool” de que “tenemos dos oídos y una boca”.

Me siento más identificado con la teoría de un erudito sacerdote, consistente en que no todas las opiniones valen lo mismo, puesto que su valor depende de la calidad de los argumentos que las respaldan.

Por ende, lo inteligente no es escuchar por el simple hecho de escuchar, sino la capacidad de dosificar a qué merece la pena prestar atención y ante qué chorrada resulta preciso hacer oídos sordos.

Esta habilidad nos permite distinguir, con cierto tino, qué crítica proviene del amor, la honestidad y la lucidez, y cuál del pecado de la envidia, de la mala idea y de la estulticia (véase estupidez).

Tras esta disertación, querría manifestar que muchos tenemos más que comprobado que el envidioso y el idiota cavilan sobre cómo retorcer sus palabras para que, hagas una cosa o la contraria, te propinen una crítica punzante por igual.

Mis estimados envidiosos y saboteadores aguardan al acecho, y ojo avizor, para arrojarme un petardito haga una cosa o su contraria.

Si un día me da por escribir sobre temáticas de corte humorística, me tildarán de “fútil” y “superficial”.

Si, por el contrario, me decanto por devanarme los sesos filosofando, para concebir un texto de índole reflexivo, me acusarán de “pomposo”, “grandilocuente” y “recargado”.

Y si un día no se les ocurre nada que objetar, enmudecerán sospechosamente, cuando no pierden ninguna oportunidad para opinar en torno a mis publicaciones. Desaparecerán por ensalmo, por azar, por designio del destino, por el tambor de Chayanne y su madre tierra.

La célebre fábula de un molinero, su hijo y un asno, la cual unos atribuyen a Esopo y otros, tanto al citado como a De la Fontaine, es verdaderamente ilustrativa a este respecto.

En la aludida fábula, un molinero y su hijo, que caminan junto a su asno, son la diana de críticas y burlas con independencia de lo que hagan.

Si el molinero se sube a lomos del asno, le critican por ser un egoísta con respecto a su hijo; si el hijo hace lo mismo, se invierten los destinatarios de la crítica; si ninguno de ambos se coloca encima del cuadrúpedo, les tachan de bobalicones a los dos. Hagan lo que hagan, no se libran de la mofa y befa de algunos.

Con el envidioso y el idiota ocurre lo mismo: Jamás lograrás complacerles. Y el día que lo consigas, agárrate fuerte; mantente precavido con sus intenciones.  

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