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Los recién convertidos, auténticos defensores de la Fe

Columnista: Pepocles de Antioquía 

Una cosa que, desde mi más tierna infancia, me han enseñado es a no subestimar a quienes no tuviesen la misma formación y devoción católica que yo.

Menospreciar a una oveja descarriada, además de no suponer una actitud cristiana, puesto que Dios prefiere que una vuelva al redil que a noventa y nueve justas, cuando una que estaba fuera entra, no es, ni por asomo, de extrañar que lo haga por la puerta grande y por el arco del triunfo.

Un converso ejemplar suele volver al redil por la puerta grande

Téngase en cuenta que muchos de los que deciden emprender un cambio tan diametral en su vida, lo hagan con el ímpetu del viento, con la fogosidad de un ave fénix y  con el ahínco de un caballo de carreras.

Por eso, no es de extrañar que la devoción de un converso acabe superando con creces a la de un católico de toda la vida.

La Santidad del Buen Ladrón

Uno de los primeros santos reconocidos de la historia –sobre el que tengo dudas de si fue, con exactitud, el primero- fue el Buen Ladrón, quien, siendo compañero de Jesucristo en Cruz y Calvario, demostró ser más limpio de corazón que esa muchedumbre encolerizada, favorable a escarnecer y crucificar a Dios Hijo sin atisbo de piedad. Cristo, conmovido por la actitud compasiva de este hombre, le reveló que pronto sería recibido en el Reino de los Cielos. 

La conversión de San Longinos

Otro caso paradigmático es el de San Longinos, soldado que, a merced de Poncio Pilato, estuvo situado al pie de la Cruz, junto a otros guardias. Tras estrellar la punta de su lanza sobre el costado de Cristo, sufrió una profunda conversión, lo que le empujó a ser instruido por los Apóstoles, a llevar una vida monástica y a ser decapitado a causa de su Fe. Para más inri, el gobernador que dio la orden de su ejecución se arrepintió y finalizó sus días realizando multitud de buenas obras.

La conversión de San Pablo y San Agustín

Dos de los ejemplos más esclarecedores e icónicos son el de San Pablo, quien perseguía a cristianos antes de caerse del caballo, y el de San Agustín, quien sembró el mal a través de su excelsa oratoria, antes de emplearla para convertirse en una de las mentes más prodigiosas del pensamiento católico; su cúmulo de contribuciones le esculpieron como un pensador cumbre del catolicismo.

La conversión de las mentes prodigiosas de Inglaterra

Entre la kilométrica floresta de testimonios, uno que me ha llamado poderosamente la atención es el del Cardenal John Henry Newman. Su conversión al catolicismo, unida a su ejemplaridad y a su portentoso intelecto, hizo estragos entre la pléyade de escritores, artistas y pensadores británicos. Contribuyó notablemente a que se convirtieran ilustres figuras como J.R. Tolkien, G.K. Chesterton, Hilaire Belloc, Oscar Wilde, Evelyn Waugh, Graham Greene, Ronald Knox, R.H. Benson, Christopher Dawson, Muriel Spark y Alec Guinness.

En síntesis, ¿A qué esperas para reconvertirte y volver al redil por la puerta grande?    

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