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¿Por qué es sumamente estúpido compararse con el vecino?

COLUMNISTA: Pepocles de Antioquía

Las personas padecemos una poderosísima pulsión por la comparación. Si conocemos a dos sílfides de hermoso rostro y apolínea figura, poco tardamos en comparar quién es dueña de mayor cuota de belleza.

Si conocemos a dos eruditos prodigiosos, poco tardamos en comparar quién atesora un asiento más grande de sabiduría.

Y así, con casi todo. Pero no nos damos cuenta de que esta actitud es sumamente estúpida, ramplona y primigenia, puesto que destacar frente al de al lado no te convierte en mejor en algo, al igual que perder ante un rival en una olimpiada no te transforma en peor atleta.

Si Menganito es capaz de recorrer 100 metros en 10 segundos, seguirá siendo alguien con la capacidad de recorrer 100 metros en 10 segundos, con independencia de que Fulanito lo consiga en 9,7 y Zutanito lo logre en 11,2.

La comparación con Fulanito y Zutanito no convierte a Menganito en mejor o peor atleta. Por ello, compararse es una supina gilipollez. Algo de una mayúscula estulticia, de una lógica somera.

Si eres el único de 10 personas que sabe que 2+2 son 4, ello no te convierte en Pitágoras. Y si 9 Einsteins con anteojos, el rostro anguloso y el pelo ralo son capaces de resolver un problema matemático semi imposible y tú eres el 10º incapaz de descifrar el resultado, eso no te transforma necesariamente en un negado.

Si de 10 “top models”, eres la única que no es modelo, ello no quita que puedas ser un pibonazo. Y si de un grupo de 10 tipos muy feos, eres el único que en vez de muy lo es bastante, eso no te convierte en guapo.

A esto, además, quiero agregar que, en multitud de ocasiones, dos personas que desempeñan una labor parecida no tienen por qué ser objetivamente la una mejor que la otra. Por ejemplo, un par de excelsos escritores con estilos dispares. Determinar quién escribe mejor es, muchas veces, complicado, por lo que hay que conformarse con admitir que son distintos y que cada cual tiene sus puntos fuertes en aspectos concretos.

Por las dos razones que he desarrollado, me reafirmo en la convicción de que compararse con el vecino es una gilipollez desaforada. Las cosas valen por sí mismas. Su valor no depende de un criterio democrático de mayorías. Parafraseando a Oscar Wilde, mucha gente sabe el precio de todo y no conoce el valor de nada.

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