Palabras clave: Día de la Hispanidad / 12 de octubre / Unidad de España
COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura
Qué mejor ocasión que el ‘Día de la Hispanidad’ para realizar una disertación filosófica en defensa de la idea de España, imprescindible para darle una justificación cimentada sobre una base intelectual sólida.
Apostar por la integridad de España significa inclinarse a favor de la solidez de valores, frente a ese relativismo que lo cuestiona todo, que desemboca en la cultura del «todo vale». Dar rienda suelta al mismo degeneraría en un sinfín de conflictos nacionales a nivel mundial; por lo que defender a nuestra nación implica salvaguardar el orden, la paz y la estabilidad ‘urbi et orbi’, frente a las fuerzas generadoras del caos.
Una defensa de España más allá de la estabilidad y el orden
Esta idea de orden, paz y estabilidad es un argumento dignísimo de ser tenido en cuenta, pero es que, para colmo, el significado de España es infinitamente más trascendental. Reducir su existencia a tal razonamiento supondría simplificarla al «patriotismo constitucional» de Jürgen Habermas; lo cual derivaría en utilitarismo, a lo que Chesterton replicaría que a una nación no se la quiere por lo que consigue, sino por lo que es. Si la utilidad anegase al ser, muy delicuescente sería aquello en lo que creemos.
Sir Roger Scruton hizo una síntesis prodigiosa de los cuatro pilares que le dan sentido a una nación, que son: costumbre, rito, idioma y Religión.
España como costumbre, Religión e idioma
Siguiendo este impecable esquema, es preciso subrayar que España, en cuanto a costumbre, es una realidad respaldada no sólo por siglos, sino por cerca de dos milenios de historia (a contrario sensu de otras estructuras nacionales construidas en los siglos XIX y XX). Hispania fue una pieza capital de Roma, donde Julio César se curtió como cuestor y propretor, además de ser la tierra natal de Adriano, Trajano, Séneca y Arcadio (de ahí, que nuestro Código Civil le deba sus raíces al Derecho Romano). A esto, agreguémosle que las Cortes de León de 1188 están reconocidas por la UNESCO como la cuna del parlamentarismo europeo y que Pedro Menéndez de Avilés fundó la primera ciudad de Estados Unidos (San Agustín de Florida).
En el plano religioso, España terminó de fraguar su alma como Patria con la conversión de Recaredo (509 d.C a 601) y consolidó su cuerpo como estado por obra de los Reyes Católicos. Nuestro país fue evangelizador de una vastísima porción del orbe, y tuvo un papel hegemónico, a nivel Europeo, en la Reconquista, en la Contrarreforma y en el Concilio de Trento. El fervor Católico que nos ha caracterizado a lo largo de la historia hizo posible que, en Hispanoamérica, Don Fernando aboliese la esclavitud en 1512, que edificásemos -en el siglo XVI- veintitrés universidades abiertas a persona de todas las razas, que Felipe II diese luz verde a la creación de cátedras para las lenguas indígenas y que, en consecuencia, los misioneros difundiesen el quechua y el náhuatl como jamás habían sido expandidos. Por algo, el librepensador de Unamuno se dignó a reconocer que sin la Religión, no sobreviviríamos como comunidad, quedando reducidos a la “liga aparente de la aglomeración”.
En lo que atañe al idioma, el español es el segundo más parlado del mundo por número de hablantes nativos (con cerca de quinientos millones, por detrás del chino mandarín) y el cuarto en calidad de lengua extranjera (superado por el inglés, el hindi y el ya citado chino mandarín).
Un resumen muy acertado de todo lo que España significa
De manera muy resumida, no es descabellado afirmar que España fue el ventrículo izquierdo del Imperio Romano, la evangelizadora de América (y la propulsora de la abolición de la esclavitud en estos lares), la fundadora de la primera ciudad de Estados Unidos, la cuna del parlamentarismo europeo, la abanderada de la Contrarreforma y la impulsora del Concilio de Trento, aparte de ser la nación con la cuarta lengua más hablada del planeta.
A este resumen, considero pertinente incorporarle la célebre síntesis de Marcelino Menéndez Pelayo, quien definió a España como “evangelizadora de la mitad del orbe”, además de como “luz de Trento, espada de Roma y cuna de San Ignacio”. Todo esto condujo al citado pensador a la conclusión de que nuestra historia se ha fraguado en la Fe compartida.
Colofón final: una respuesta filosófica para los separatistas
Como colofón final, albergo la firme convicción de que escasas razones existen para justificar la fragmentación de España. Admito que el centralismo exacerbado, propio del nacionalismo liberal del siglo XIX, diese motivos a los españoles de ciertas regiones para exhibir su enojo (como sucedió tras esa torticera abolición de los fueros, uno de los principales detonantes de las guerras carlistas); pero ello no sirve de excusa para renunciar a una Patria con tantísima alma e historia (y para más inri, incubando unos separatismos incardinados a esa ideología nacionalista que fue, precisamente, la causa de la erradicación foral).
Viva España y la Hispanidad.