Convivimos bajo el sistema que ha triunfado en la partida de naipes de la historia. A pesar de que en muchos países de todo el mundo gobiernen partidos de izquierda, el sistema financiero internacional y las multinacionales se rigen por las leyes de la acumulación de capital.
Las alternativas ideológicas, preeminentemente, el comunismo, y asimismo las autarquías fascistas han resultado enormemente nocivas, cuando no catastróficas, tras haber ocupado el poder, por lo que creo que, hoy en día, existe un consenso muy mayoritario al considerar el capitalismo como el sistema de convivencia menos nocivo.
No obstante no podemos sino apuntar tendencias sociológicas regresivas y amenazantes en todo el mundo. Si centramos el foco en España y hacemos una retrospectiva de los últimos treinta o cuarenta años observamos especialmente el fenómeno del culto al dinero se incrementa en proporciones alarmantes.
Resulta significativo que la tasa de natalidad en nuestro país se haya reducido a la mitad en cuatro décadas. En 1976, cada mujer alumbraba una media de 2,76 niños y en 2016, 1,34. Tomando en cuenta que casi todas las mujeres se han incorporado al mercado laboral, la renta disponible de las familias es significativamente más alta hoy en día que en los años setenta. ¿Por qué ha ocurrido esto? Hay múltiples factores y no se pueden abarcar en este artículo, pero me voy a centrar en el siguiente punto:
El capitalismo global se identifica sociológicamenteen sus terminales publicitarias y culturales. La industria del cine y la televisión acuña el “hombre y la mujer de éxito”, a quienes casi todos deseamos emular. Rara vez se presenta a unos padres de familia numerosa que viven abnegados o felices alrededor de sus hijos.
Antes bien nos encontramos con ejecutivos o ejecutivas agresivos impecablemente vestidos, intrépidos empresarios que amasan grandes fortunas, guapos y sagaces policías que descubren tramas inverosímiles o apolíneos deportistas de élite. Estos son los héroes de la postmodernidad a quienes pretenden imitar los retoños del capitalismo.
La subcultura del cine comercial y la televisión, y en las dos últimas décadas de las redes sociales, martillean al individuo tasta tal extremo que queda mermado, enrocado al desnudo en una situación extremadamente vulnerable. Su influjo es tan poderoso y afecta hasta tal punto en la psicología del comportamiento y del consumo que provoca una infantilización de la sociedad y queda muy poco margen de salvación.
¿Existen alternativas? A nivel político, lo considero inviable, dado que los engranajes del capitalismo , pese a sus crisis cíclicas, son de acero y repito, las experiencias colectivistas han resultado desastrosas. Nuestro sistema al menos nos permite vivir en libertad y con cierta desenvoltura, según el nivel de ingresos, pero lo que mejorarlo desde sus tripas y con urgencia.
Con los presupuestos que he citado antes resulta casi imposible, pues el capitalismo me recuerda a Saturno devorando a sus hijos que inspiró el pavoroso cuadro de Goya.
Sin embargo hay una vía de escape y se encuentra en el pensamiento. Si las criaturas engendraras del capitalismo logramos emanciparnos de los dictados de nuestro padrastro despótico y caprichoso. Si conseguimos edificar un universo reflexivo independiente, crítico, más allá del consignatario. Si logramos superar las dicotomías binarias “consumo esto o lo otro”, “soy derecha o de izquierda”, “veo este programa o el otro”. Si logramos apuntalar un espíritu crítico conforme a unas ideas manufacturadas por uno mismo. Si logramos vertebrar espacios hondos de reflexión, de introspección, y con ellos unos valores estéticos. Si logramos el mínimo reposo para reflexionar y cultivarnos seremos capaces de derretir las grietas que nos encadena a nuestro progenitor e ídolo, el capital.
Nos decía Dostoyevski, en su novela El Idiota, que “la belleza salvará el mundo”. La belleza se encuentra en todas partes, en la naturaleza, en la cultura, en las creencias y en nuestro comportamiento. El amor es la expresión suprema de la belleza. Añorémosla, imaginémosla, busquémosla, anhelémosla, y sobre todo, actuemos inspirados por ella, y así, habremos dado un paso firme hacia el camino de la esperanza.
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