Se come el escenario y se le hace pequeño. Es una estrella con la luz de un sol pero con la humildad de una estrella fugaz que pasa y en un instante desaparece. Es de ese tipo de artistas que pasan una vez por cada siglo.
El escenario se le queda tan pequeño que parece que en ocasiones puede representar a un torero en la más grande de las plazas que a su vez tiene la necesidad de invadir la tarima que está fuera de su espectáculo que a la vez lo hace humano ya que en algún momento es etéreo y vuela cuál garza.
Posándose en el último momento y quedando inmóvil pero con una fuerza escénica de esas que te impactan tanto que cuando vas a intentar definirlo cualquier palabra o adjetivo se queda tan corta que ni la punta más pequeña del iceberg te deja ver lo que se hunde por debajo que define completamente al artista que es él.
Eso junto al cantaor y al guitarrista que le rodean unido a la calidad de las luces y sonido hacen del espectáculo algo que ninguna retina, tímpano o pelo del cuerpo puede olvidar jamás.
El colofón final es cuando se intercambian los roles y demuestran que su simbiosis en unión con su público hace el arte aún más grande e infinito.
En definitiva Israel Galván siendo hijo de bailaores flamencos tanto su madre cómo su padre, es siempre un soplo de aire fresco y en especial en este tiempo pandémico él nos trae la esperanza que tanto se necesita en el renacer del futuro lleno de luz que nos espera acechante.
Deja un comentario