Columnista: Pelu Crespins, divulgador de historia y crítico musical
1782, Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, ya con sus 68 años delega funciones de gobierno de la leal villa de Madrid y capital del imperio a la valida Doña Isabel Díaz de Ayuso de Chamberí, con el fin de proseguir con su proyecto de acometer eficaces obras públicas en beneficio para el pueblo, todo para el pueblo, pero sin el mismo, y de esa guisa aumentar la calidad de vida del ciudadano.
En contra, tenemos al ilustrado Don Pedro Sánchez de Tetuán, partidario del contrato social de Rousseau, en donde expone que la soberanía nacional reside en el pueblo en contra del derecho divino de la Monarquía.
Al ser enemigo de la corte, es desechado en aras de una mayor eficiencia en la construcción de obras públicas y menos palabrería y revolución burguesa, que desembocaría en el capitalismo más salvaje y atroz.
Cuando el ilustre monarca Carlos III llegó a Madrid, a mediados del siglo XVIII, se topó con una ciudad de aspecto hediondo y miserable; incluso aquejado de una plaga ‘la Podemia’; que imposibilitaba cualquier avance social y que dejaba a la villa postrada en la putrefacción.
La combinación de barro, basura y excrementos (tanto equinos como humanos) componían una lamentable y maloliente imagen de la cabeza de un imperio donde no se ponía el sol. Y de esa guisa y ante la falta de higiene, se desató la llamada plaga Podemia.
Por ello, Carlos III nombra en 1782 a la notable doña Isabel Díaz de Ayuso de Chamberí con el fin de proyectar un ambicioso plan de ensanche en donde se proyectaron grandes avenidas, como la incipiente Castellana y Paseo de Recoletos;
Plazas con monumentos como la de Cibeles y Neptuno, el Botánico, el Hospital San Carlos, la Puerta de Alcalá y el Museo del Prado; entre otras cosas; casi nada.
Así como se intervino para establecer un servicio de alumbrado público y de recogida de basuras, se adoquinaron calzadas y ¡Milagro! Alcantarillado público para una mayor higiene y evitar la propagación de nuevas plagas.
Ante tal afrenta, el despechado e ilustrado Don Pedro Sánchez de Tetuán inicia su romántico exilio hacia París.
Lo hace con el fin de empaparse de ideas revolucionarios burguesas y de acabar con ese anquilosado Antiguo Régimen, que incluso ha tenido la desfachatez de hacer cosas para el pueblo, pero sin el mismo; poniendo de esa suerte sus ideas y principios revolucionarios y destructivos en entredicho.
Ahí, se empapará de toda movida ilustrada que pase por sus manos y abrazará firmemente los principios de libertad, igualdad y fraternidad; así como la necesidad de regar con sangre la revolución.
Ya estamos en 1782, ¿qué deparará el futuro? ¿Podrá doña Isabel Díaz de Ayuso acometer sus eficientes reformas en beneficio del ciudadano?
¿Volverá don Pedro Sánchez de Tetuán más ilustrado que nunca con el fin de destruir el Antiguo Régimen? ¿Se habrá juntado ya con Robespierre y vendrá guillotina en mano? ¿Quién sabe?