Jamás fue expresamente prohibida la Semana Santa en Sevilla, pero, muchas veces, la prohibición más implacable es la de la presión social, la cual agrava todavía más su dureza si va acompaña del ejercicio de la violencia y de la omisión cómplice del estado.
Durante los turbulentos años de la II República, fuertemente marcada por un anticlericalismo desorejado, fueron prohibidas las manifestaciones religiosas en público desde sus inicios o albores, prohibición que no incluyó a las Procesiones, pero que, de forma implícita y colateral, creó una atmósfera de agresividad tal que fueron las propias Hermandades las que progresivamente iban dejando de salir.
A partir de diciembre de 1931, tras unas intensas reuniones con la alcaldía de Sevilla, de las 45 Hermandades que existían, sólo 4 estaban dispuestas a salir, y tras unas nuevas conversaciones en febrero de 1932, nada más que 1, la cual sufrió ataques callejeros de la peor ralea.
Pedradas, cohetes urbanos e incluso, un tiroteo a la imagen de la Virgen María por parte de las juventudes comunistas son las vejaciones que tuvo que sufrir aquella impávida e irreductible Hermandad.
Después de este intolerable suceso, no salió a la calle ninguna Procesión de Semana Santa en Sevilla durante el siguiente año, 1933, el único de su historia. No se produjo ninguna prohibición oficial, pero los hechos hablaron por sí solos.
Sin embargo, las hordas callejeras no fueron capaces de mutilar la religiosidad popular. El pueblo no dejó de visitar templos y una prueba irrefutable, significativa y resplandeciente de ello fue el hecho de que la Catedral de Sevilla quedase literalmente desbordada durante un Triduo, esto considerando que llenar este santo lugar hasta hacerlo rebasar es un reto que roza lo imposible.
Ya en 1934, con el advenimiento del nuevo gobierno radical-cedista, es decir, de centro-derecha, la situación se normalizó un poco (que no del todo) y volvió la Semana Santa a Sevilla con 13 de las 45 Cofradías atreviéndose a salir en Procesión.