El expresidente del Gobierno socialista Felipe González declaró, a finales de 2018, que prefiere al Rey que una III República edificada por Podemos. Lo dijo sin pelos en la legua y sin acalorarse. Con completa naturalidad.
A estas polémicas palabras, les son adjuntas otras declaraciones de animadversión hacia la figura de Pablo Iglesias (en referencia al actual, no al fundador del PSOE), aunque siempre desde el aplomo y el decoro en las formas.
También, se permitió opinar que no le entusiasman los coqueteos de su sucesor socialista Pedro Sánchez con la formación morada y con los partidos separatistas.
Manifestó su contrariedad con un mínimo de claridad, aunque sin excesiva vehemencia. Empleó un tono políticamente correcto y sosegado, pero, a su vez, lo suficientemente nítido para no caer en la ambigüedad. Combinó contundencia y gallardía.
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