| El 1 año hace

Del periodismo de batalla a la disertación intelectual

periodismo / escritor / Ignacio Crespí de Valldaura / disertación

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

Hoy, quería aprovechar estos renglones de protagonismo para hablar de mi evolución como escritor, dedicación a la que llevo consagrado cerca de dieciocho años (lo cual me sitúa en los umbrales de alcanzar la mayoría de edad literaria).

Durante mis procelosos y electrizantes -por no decir turbulentos y chisporroteantes- años de universidad, descubrí mi vocación de literato, un poco antes de aterrizar en el ecuador de la carrera de Derecho.

Di el pistoletazo de salida con la creación de un blog bastante ñoño, en el que publicaba elucubraciones filosóficas que no despertaban el interés de casi nadie; pero no duró poco, sino muy poco.

Un nuevo blog y cerca de cincuenta cartas al director publicadas: el comienzo de mi andadura

Escasos días después, pegué un puñetazo encima de la mesa, y escogí alumbrar otro blog de corte más folclórico y cañero, con la polémica política como eje principal. Me curvé ante la cultura del ‘marketing’ popular, me vendí a los mezquinos intereses del lector medio, aparcando mis esencias más profundas en el vacío de la irrelevancia; y me pesa admitir que este cambio de rumbo fue un éxito atronador.

Es cierto que pese a que las temáticas sobre las que escribía no terminaban de satisfacerme a nivel intelectual, conseguía maquillarlas, a base de envolverlas en un halo de solemnidad literaria; que consistía en exornar los textos con un sinfín de galas retóricas, véase con una prosa de lo más barroca, pomposa, grandilocuente, gongoriana y prosopopéyica, además de altisonante.

Aparte de la intensa dedicación que le tributaba al blog, me aficioné a enviar cartas al director a múltiples periódicos de tirada nacional. Tras numerosos intentos malogrados, logré dar con una especie de fórmula para que me publicaran incluso más de la mitad de los textos que mandaba; y ya tengo alrededor de unas cincuenta publicadas (en ediciones de papel, por supuesto).

Mi ingreso como redactor en un medio de comunicación de lo más afamado

Tras permanecer, durante todos mis años de universidad, impasible en mi dedicación cuasidiaria a concebir escritos, un admirador (al que ya puedo considerar amigo; y además, de los buenos) le recomendó mi blog a un contacto que trabajaba en un medio de comunicación, el cual era ampliamente conocido en todos los confines de España; y allí, acabé trabajando, alrededor de cuatro años, como redactor a jornada completa, pese a ser licenciado en Derecho y no en periodismo.

Esta singladura me permitió conocer, en profundidad, la psicología del lector medio. Tal aprendizaje me proporcionó un olfato lo suficientemente desarrollado como para fundar mi propio periódico, el cual conseguí que fuese rentable a base de publicar noticias con titulares de impacto. Si dependes del número de visitas para sacarle un rédito económico, un titular magnético es lo primero.

El ocaso de mi periódico digital y mi renacimiento como escritor

Por culpa de los «cambios en el algoritmo», propiciados por las manos turbinas -e invisibles- de internet, mi periódico digital dejó de ser rentable a modo de negocio. Al principio, supuso un doloroso varapalo para mí, pero este punto inflexión allanó el camino de mi renacimiento como escritor: comenzó mi tránsito del periodismo de batalla a la disertación intelectual.

Gracias a que este negocio zozobró, pude liberarme de las garras de escribir sobre estólidas temáticas amarillistas de actualidad rabiosa y rabiosa actualidad; y volví a mis esencias primigenias, prístinas, originales. Retorné a ‘Brideshead’; y dejé de arrodillarme ante las preocupaciones triviales -y tribales- del lector medio.

¿Por qué no me arrepiento del aprendizaje adquirido durante mi etapa anterior?

Ahora bien, con un aprendizaje acumulado que me permite metamorfosear en apetitosos aquellos artículos que, a priori, carecen de todo tipo de interés; por lo que no me arrepiento de nada. Con este poso de experiencia periodística a mis espaldas, soy capaz de idear titulares que conviertan en atractivas publicaciones de un profundo calado filosófico. En este momento, en vez de ser yo el que se somete a las querencias del lector medio, consigo arrastrarle hacia mi terreno y rediseñar, así, las reglas del juego.

Decía Nicolás Gómez Dávila que la masa, al no saber realmente lo que quiere, incardina sus afinidades a aquellas que son previamente fabricadas por unas élites. Algo muy similar puso por escrito Herbert Marcuse, en ‘El hombre unidimensional’. De esta guisa, los conocimientos de ‘marketing’ y comunicación, adquiridos durante mi singladura periodística, me han otorgado la capacidad de hacer mi pequeña contribución para reconfigurar los gustos imperantes.

El ‘hombre-masa’ de Ortega y Gasset, un fiel reflejo del triunfo de la mediocridad

Ortega y Gasset abordó, en su célebre obra ‘La rebelión de las masas’, la figura del ‘hombre-masa’, a quien describía como el típico mediocre que es enaltecido por la sociedad, en detrimento de aquellas personas que sobresalen o despuntan; algo muy parecido criticó H.G. Wells en su cuento ‘El país de los ciegos’ (en donde el tuerto es sublimado y el perspicaz, defenestrado).

A mi modesto entender, creo que es una realidad latente en casi todos los ámbitos, y por extensión, palpitante en las órbitas de la literatura y del periodismo popular. El triunfo de la mediocridad está a la orden del día.

Tras trabajar varios años como periodista, he terminado dejando de leer periódicos: ¿Por qué?

Por lo expuesto en los dos párrafos anteriores, he de reconocer que he terminado tan hastiado de zambullirme en estultas noticias que ya no leo periódicos. He pasado de dedicarme, en cuerpo y alma, al periodismo a dejar de leer tabloides informativos. Cualquiera diría que me he convertido en un necio, cuando, más bien, me he vuelto un poco menos ignorante de lo que ya era.

De facto, Adam Zagajewski escribió, en su ensayo ‘Solidaridad y soledad’, algo que me sirve, en cierto modo, de consuelo, que consiste en que hay una serie de pensadores que están tan sumergidos en lecturas de una encumbrada magnitud intelectual que ya no leen periódicos; por ejemplo, este autor revela, en su libro, que Heidegger desconocía lo que era ‘Mein kampf’ (ese siniestro panfleto escrito por Adolf Hitler).

Las desternillantes críticas de Oscar Wilde al periodismo y a la literatura popular

Entre la turbamulta de torpedos que Oscar Wilde arrojó contra el periodismo y la literatura popular, hay algunas críticas que merecen ser damasquinadas con filamentos de oro y cinceladas con letra historiada.

Este genio irlandés, verbigracia, sentenció que, en Inglaterra, se había producido buena poesía porque, antiguamente, el público no la leía y por ende, no podía influir en ella.

Otra de sus proverbiales críticas es que el pueblo inglés había perdido por completo el sentido de la belleza, al estar atestado de lectores de periódicos y enciclopedias. También, dijo que la mayoría del público tiene una inquietud insaciable por saberlo todo, excepto lo que merece la pena que se sepa; y que si, antaño, teníamos el potro de tortura, hogaño, tenemos al periodista.

Oscar Wilde llegaba al extremo de concluir que cualquier obra de arte que se popularizase sería de baja estofa. Una reflexión un tanto lunática, cómica, hiperbólica, y demasiado tajante o categórica, pero con una porción significativa de razón.

Aquí, puedes agregar al escritor Ignacio Crespí de Valldaura, autor de este artículo

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