Sí a que la mujer crezca intelectual y profesionalmente. No a que endiose el trabajo como pretexto para renunciar a algo tan bonito como la maternidad.
Sí a que la mujer renuncie a la servidumbre de la sumisión. No a que se transforme en alguien radicalmente independiente, absolutamente reticente al cariño y consejo masculino.
Sí a que la mujer tenga opinión propia. No a que piense que tiene razón en todo lo que proponga; y que el hombre carece de la misma por el mero hecho de ser hombre.
Sí a que la mujer doblegue la debilidad con fortaleza. No a que confunda su fuerza con omnipotencia, rudeza y falta de ternura.
Sí a la mujer que piensa que cocinar no es patrimonio exclusivo del sexo femenino. No a la que cree que es obligatorio renunciar a la cocina; y no a la que está convencida de que es mejor persona por el simple hecho de encargar al hombre semejante cometido.
Sí a la mujer que propone distribuir ecuánimemente las tareas domésticas. No a la que piensa que tiene que hacer el hombre todo lo relativo al cuidado de la casa.
Sí a la mujer que camina por el mundo con buen humor y naturalidad. No a la que vive estabulada en ansias justicieras de revancha.
Sí a la mujer que no se resigna a curvarse ante una autocracia masculina. No a la que quiere evitarlo invirtiendo las tornas hacia un matriarcado femenino.
Sí a la mujer que no confunde feminidad en positivo con el ismo del feminismo.
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