Columnista: Íñigo Bou-Crespins, bohemio y escritor
Pedro Sánchez vuelve a ascender de villano a laureado Salvador de España. Y escribo «Salvador» con ese mayúscula debido a que, en esta ocasión, lo ha logrado bajo la infame figura de Salvador Illa.
Resulta desolador ver cómo un segmento significativo de la derecha está bramando a favor de un Gobierno capitaneado por Salvador Illa, como si fuese el paladín de un triunvirato que salvará a España de un «tripartito» separatista.
Pedro Sánchez lo ha vuelto a conseguir: Pasar de villano a salvador de España; de rufián a mesías; de malandrín a beato. Y digo que lo «ha vuelto» a hacer porque, a nivel nacional, tiene a Pablo Casado e Inés Arrimadas arrodillados ante su insolente figura, con la rodilla hincada a la espera de un onírico pacto que libere a nuestra patria de las garras de Podemos.
Para más inri, el augusto Sánchez tiene a una porción considerable del electorado de derecha postrado de bruces, aguardando, en estado de genuflexión y pleitesía, la llegada del ansiado pacto antipodemita.
Otro episodio que fue diametralmente ilustrativo a este respecto es el de la negativa a apoyar aquella moción de censura presentada por VOX. Pedro Sánchez, aquel día, pasó de príncipe de la perfidia a venerable salvador de España. Contrariarle era percibido, por más de uno y de dos votantes de derecha, como una insensatez que sabotearía la triple alianza PSOE-PP-C’s.
Esa acerada habilidad para pasar de villano a mesías en un santiamén es la cualidad que mejor define a un psicópata de pro. La verdadera psicopatía no reside en la maldad exhibida en toda su desnudez, sino camuflada bajo las hebras de una histriónica bondad.
Pedro Sánchez me recuerda sobremanera a Yago, el malo de la obra de teatro Otelo. Este villano shakesperiano iba sembrando el mal y la difamación allá donde aparecía, y en vez de recibir el estigma de una mala reputación, era considerado alguien de una moral intachable.
Yago es un villano fabricado por William Shakespeare en el Renacimiento, lo cual guarda relación con una reflexión de Arturo Pérez Reverte, que consiste en que Pedro Sánchez «es un político perfecto en el sentido renacentista de la palabra», dado que «tiene esa falta de escrúpulos que caracteriza al político de raza».
Este Yago renacentista, además, está manejado por un hito del Renacimiento, que fue Maquiavelo, a quien le debemos los apelativos de «maquiavelismo» y maquiavélico». Esta reencarnación de Maquiavelo la representa el estratega cumbre del PSOE, Iván Redondo, el inescrupuloso Goebbels de la izquierda caviar. Aquel que hizo resurgir a Pedro Sánchez de las cenizas y transformarlo en un ave fénix, que prende fuegos allá donde despliega sus alas.