Columnista: Íñigo Bou-Crespins
La Ministra Celaá, de Educación y Formación Profesional, expone aquel mito rousseauniano de que los hijos no pertenecen a sus padres.
La susodicha ha sentenciado que “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”.
FIRMA AQUÍ: Pedro Sánchez y Celaá, los hijos sí pertenecen a los padres
El socialismo busca, desde antiguo, sustituir a los padres por el estado
Hay una inveterada costumbre socialista, que está dentro de su código genético, en su ADN ideológico, que es la de arrebatar a los padres la potestad de educar a sus hijos, con el fin de que el estado les sustituya como educador.
En el socialismo, se busca que el estado lo domine casi todo, dominación extensible al terreno de la paternidad educativa.
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El origen filosófico de la idea de que los hijos no pertenecen a los padres
La idea de que los hijos no pertenecen a los padres la fabricó el filósofo Jean-Jacques Rousseau.
Él partía de la base de que las sociedades tecnológicas contaminan moralmente a los humanos, de que el origen de la maldad humana está en la ambición, el egoísmo, las ansias de riqueza, etc que este tipo de sociedades inoculan a las personas.
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En base a esto, habría que volver al naturalismo de las sociedades pretecnológicas, porque el hombre es bueno por naturaleza y el origen de su maldad radica en apartarle de su hábitat primitivo. De ahí, proviene su iniquidad.
Por consiguiente, los padres, al tratar de instruir a sus hijos, les estarían transmitiendo la contaminación moral de las sociedades tecnológicas, privándoles así de su bondad natural.
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Por esta razón, concluyó Rousseau que los hijos no pertenecen a los padres. Una locura como la copa de un pino. Desconozco cuántos porros se habría fumado antes de cocinar semejante patraña.
La lógica rousseauniana, en mi opinión, también, sería contraria a que el socialismo educase a los hijos
En base a la lógica desarrollada ut supra, creo que Rousseau sería contrario a que un estado socialista educase a los hijos, puesto que éste, al pertenecer a la sociedad tecnológica moralmente contaminada, también, transmitiría a la prole la maldad de un mundo antinaturalista.