La aprobación de la eutanasia me recuerda a aquel cuento de Edgar Allan Poe, llamado La máscara de la muerte roja.
Es la historia de un lugar que mientras es devastado por la propagación de una insólita enfermedad, la corte mora despreocupada en un suntuoso palacio, enfrascada en fiestas de postín. Finalmente, la enfermedad se cuela en la gran casa con una máscara y ropa de humano, y se contagia a todos los presentes.
Con la eutanasia, ocurrirá algo parecido: Los que estamos en contra no pensemos que a quien no la elija, jamás le será aplicada, o que muchos de los que son contrarios a la misma ahora, no sean favorables a ella mañana, o que los que están a favor, no te obliguen a aplicártela bajo la idea de que es una salvajada mantenerte con vida.
Cuando un mal aqueja a toda la sociedad, se acaba colando en las arcadias más felices. La máscara de la muerte roja siempre termina entrando en palacio. Si no se combate dicha enfermedad, no hay torre de marfil en la que valga refugiarse.
Por ello, no pensemos que los que estamos en contra de la eutanasia, nos encontramos fuera de peligro. Tampoco es válida la idea de que la aprobación de este crimen no obliga a su aplicación a quienes discrepan de su práctica.
Existen varios episodios de médicos que han abortado a hijos de padres contrarios a la práctica de dicho aborto. El caso de Alfie Evans, de hecho, fue un clamoroso escándalo a nivel mundial. Y lo mismo sucederá –y, de facto, ocurre ya- en las naciones en las que se legaliza el asesinato de la eutanasia.
Otro ejemplo paradigmático de que los progres han pasado de legalizar la inmoralidad a imponerla es el del Pin Parental. Ahora, parece que es “facha” negarse a que un Gobierno te eduque en su moral sexual.
Y ya se está hablando de eliminar la asignatura de Religión en los colegios públicos y concertados (incluso en los privados). La máscara de la muerte roja siempre termina entrando en palacio, por muy resguardado que uno se encuentre en su interior.
Ellos no lo harán diciéndose a sí mismos “qué intolerantes somos, les vamos a prohibir su derecho a la vida”.
Ejecutarán el crimen mediante la autojustificación, autoconvenciéndose de que es una crueldad mantener con vida a determinadas personas y que, por consiguiente, el malo es aquel que es partidario de conservarlas vivas.
Se invertirán los papeles: los malos terminarán tachando de infieles a los buenos. Volveremos al puritanismo anticatólico de Oliver Cromwell.
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