El motivo fundamental por el que Pedro Sánchez se mantiene en el poder es, a mi juicio, lo que George Orwell calificó -en 1984– como el ‘doble pensar’. Esta táctica consiste en beneficiarse de que los ciudadanos piensen una cosa y la contraria al mismo tiempo. Si, un día, el líder dice ‘no’ a la amnistía, y al siguiente, ‘sí’, la mayoría de sus votantes lo justifican, como fieles practicantes del ‘doblepiensa’ orweliano. Ejemplos parecidos hay a espuertas y raudales.
Otra estrategia denunciada por el visionario inglés es la de dar prioridad a que la ciudadanía demonice a un jefe de la oposición -Goldstein, en 1984– que a que adoren al líder vigente; y cabe destacar que Sánchez ha instrumentalizado a VOX con tal fin. Dicha táctica fue bautizada por Orwell como ‘los dos minutos de odio’ (en base a la cual, se proyectaban sobre una gigantesca pantalla las atrocidades perpetradas por los detractores del poder constituido).
Una tercera estratagema augurada por este pensador británico es la de cambiar la historia del pasado, para que eso afecte en cómo las personas se encaminan hacia el futuro. A la Memoria histórica, me remito, además de a las series y películas que modifican la trama de las novelas más célebres (sin ningún disimulo, además); ya barruntó Orwell que se intentaría profanar a iconos como William Shakespeare, en aras de arrogárselos como propios.
Orwell, también, pronosticó que pasaríamos de las prohibiciones a que nos dijesen cómo tendríamos que ser; en la obsesiva corrección política de género, queda demostrado.
A esto, es preciso agregar la artimaña orweliana de la ‘nueva lengua’, que consiste en propiciar que el debate gire en torno a las palabras fabricadas por el régimen; y la oposición, en España, entra al trapo, a base de hacer prometeicos esfuerzos por demostrar que no es “fascista”, “retrógrada” ni “machista” (incluso, en algunas cuestiones, asume los conceptos creados por la izquierda como propios).
El aparato estatal de la novela 1984 se servía de la creación de varios ministerios, con el objetivo de que cada órbita de la realidad se encontrase bajo el influjo ideológico del partido. De esta guisa, que Pedro Sánchez haya acrecentado ostensiblemente la cantidad de instituciones ministeriales.
Aldous Huxley, en Un mundo feliz, vaticinó que el sistema ganaría las discusiones con frases hechas y palabras poderosas astutamente perfiladas, como un recurso mucho más eficaz que enfrascarse en brillantes disertaciones intelectuales; lo cual conceptualizó como ‘hipnopedia’ (no cabe duda de que hemos asesinado a Cicerón y entronizado a los escultores de eslóganes vibrantes). De hecho, hay un diálogo muy esclarecedor de esto en la novela; en el que uno de los dialogantes se desespera al no ser comprendido por su receptor, tras haber expuesto razonamientos con un mínimo de aplomo y profundidad.
En relación con lo que Huxley bautizó como ‘hipnopedia‘ (esa intelectualidad basada en la elocuencia de las frases hechas), hay otro aspecto de la novela digno de mención, que consiste en que a los ciudadanos, mientras duermen, les son inoculados estos mensajes, de tal modo que los asumen como propios en el subconsciente. Esto me recuerda a lo que Carl Jung denominó ‘el inconsciente colectivo’; adoctrinamiento subliminal que, en el presente, opera a través de las series, películas, bestsellers y noticias amarillistas.
Además, Huxley predijo que el poder atemorizaría a los ciudadanos con la irrupción de la revolución, para que se terminasen por conformar con el gobierno de la estabilidad; el éxito de Salvador Illa en Cataluña es un ejemplo fidedigno de ello (incluso hay sectores de la oposición proclives a aceptar una alianza con los socialistas, en aras de evitar que nos hallemos bajo la férula de los extremistas y los separatistas).
Otra predicción muy atinada de Huxley es la de tener distraídas a las personas con ruidosos placebos, para que, entretenidas de forma permanente, esquiven el silencio y el dolor; y en consecuencia, escapen de replantearse su relación con Dios; a los teléfonos móviles y barra libre de series, me remito.
Nicolás Maquiavelo, en su tratado El Príncipe, alertó de que es muy difícil demoler una Monarquía, debido a su peso histórico y al vigor de sus relaciones internacionales. Para lograrlo, recomendó que fuese debilitada por la tangente, sin hacerle un ataque frontal; lo cual ilustró con un ejemplo de cómo fueron capitidisminuidas las nobilísimas familias de los Orsini y los Colonna (una arruinada y los miembros de la otra, dispersados). Huelga subrayar que Pedro Sánchez está poniendo en práctica esta estrategia con maña y artificio.
Otra recomendación de Maquiavelo es que el gobernante evite rodearse de poderosos consejeros mucho más perspicaces que él, puesto que le pueden terminar por desplazar del poder. Huelga recordar cómo Pedro Sánchez depuso tanto a Iván Redondo (el artífice de su ascenso), como a su anterior plantel de ministros; además de haber contribuido al desgaste de su exsocio Pablo Iglesias (quien fue sustituido, por cierto, por Yolanda Díaz, persona que le superó en perspicacia o sagacidad).
Una tercera enseñanza del muñidor florentino sería la de que ‘el Príncipe’ ejecutase las políticas más sangrientas al principio de su mandato; esto nos conduce a formularnos el siguiente interrogante: ¿Acaso Sánchez no exhumó el cadáver de Franco y subió el precio de la luz en los albores de su legislatura?
El estratega renacentista, también, sentenció que es preferible que un gobernante sea temido antes que amado; pero sin llegar a ser odiado, ya que podría perder el apoyo del pueblo (algo a lo que Maquiavelo, por cierto, daba suma importancia, incluso más que a trabar buenas relaciones con el resto de los poderes, tanto nacionales como internacionales). A este respecto, el autor de El Príncipe ponía el acento en que un líder gubernamental fuese zorro para estrechar los lazos y león para espantar a los lobos. Pedro Sánchez, por su parte, ha demostrado tener la capacidad de ser muy temido por una mayoría simple de los españoles, pero no lo suficientemente repudiado como para ser desbancado.
Sin embargo, su relación de amor-odio con los compatriotas sí que está manifiestamente deteriorada, dado que su partido ha pasado de ser el primero al segundo más votado (razón por la cual ha estado muy cerca de que el tiro le saliese por la culata). En relación con esto, Maquiavelo sí que le reprocharía a Pedro Sánchez su exceso de dependencia de las tropas auxiliares o mercenarias (en este caso, del sinfín de partidos bisagra con los que ha tenido que aliarse), debido a que éstas priorizan sus intereses particulares por encima de los del gobernante (algo que deviene, con facilidad, en deslealtad). Prueba de ello es que Junts per Catalunya le está causando al PSOE fortísimos dolores de cabeza, además de una creciente impopularidad.
Antes de concluir este libelo contra el maquiavelismo de Pedro Sánchez, considero pertinente aludir a una de las teorías más características de Maquiavelo, ésa que aboga por entender la política como una ciencia práctica, pragmática, utilitarista, apeada de valoraciones éticas; donde prima la eficacia del gobernante sobre la integridad moral de sus acciones. Por algo, le es atribuida a este villano florentino la cita de que “el fin justifica los medios”; dicho que es una constante en el obrar del Presidente del Gobierno.
Maquiavelo puso mucho énfasis en su idea de que un gobernante eficaz tiene que leer historia, para, así, hacer acopio de las estrategias que les funcionaron a otros jerarcas políticos en el pasado (César se inspiró en Alejandro Magno; este ultimo, en Aquiles; y Escipión, en Ciro). Una vez leído este artículo, poca duda cabe de que Pedro Sánchez se ha tomado esta lección al pie de la letra.
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