Aunque, a un primer golpe de vista, parezca un contrasentido, la Monarquía garantiza la supervivencia de la democracia, tanto en España como en muchas otras naciones del orbe, lo cual voy a demostrar en los renglones ulteriores.
Si un Pedro Sánchez (Poder Ejecutivo) de turno controla el Parlamento (Poder Legislativo) y condiciona severamente las sentencias de los altos tribunales (Poder Judicial), además de estatalizar la educación (pieza básica para moldear las conciencias de los compatriotas), ¿Qué nos queda para garantizar la separación de poderes?
Pues, nos queda la Monarquía, una institución neutral, tradicional, que capitanea los Ejércitos, apeada de las ansias de exceso de control estatal que practican los socialistas y despegada de las pulsiones revolucionarias de los adoradores de la Revolución Francesa.
La izquierda lleva en su ADN ideológico el exceso de control estatal (en ello, se basa, en buena medida, el socialismo) y por mucho que éste se atempere, siempre va a llevar en su código genético partículas de la ideología que le hizo nacer (y tratándose de Pedro Sánchez, un socialista enfurecido, más visible se hace todavía). Por esta razón, la figura del Rey eleva un muro de contención sobre toda tentación de un gobernante democrático a ejercer su poder con despotismo.
A una conclusión parecida llegó Santo Tomás de Aquino (uno de los filósofos más reconocidos de todos los tiempos) en plena Edad Media. Este prodigioso pensador concluyó que el poder se dividiese o repartiese entre Monarquía, aristocracia y democracia, para que cada una evitase los excesos de las otras.
Con este esquema de Gobierno, Santo Tomás pretendió evitar que la Monarquía derivase en tiranía, que la aristocracia se mutase en oligarquía y que la democracia se convirtiese en demagogia
Uniendo esta sabia reflexión a la situación actual, no cabe duda de que el Parlamento y el demos (pueblo) necesitan a la Monarquía, para que España goce de un grado perceptible de equilibrio político y social.
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