Establecer una categorización de cuatro tipos de votantes de VOX y del PP de Ayuso tendría su gracia, pero adquiere todavía mayor gracejo extender la lupa hasta aquellos que han cambiado la papeleta roja por una de corte verdigualda (la fusión del rojigualda con el verde fachaleco).
Me veo forzado a admitir, con una humildad de índole cómica, que esta categorización de votantes verdigualdos no es el fruto maduro de un estudio sociológico, sino una cachondada peregrina del autor de este disparate. Por consiguiente, ruego a los analistas que no se la tomen demasiado en serio.
Tras esta humilde introducción, abro el telón de esta divertidísima gilipollez:
Este grupúsculo está conformado por aquellos librepensadores de izquierda con alergia al despotismo estaliniano. Cuando el rojerío se torna en censor y autoritario, sus miembros enarbolan la bandera del antitotalitarismo con audacia y tesón. Por eso, esta especie de antisanchista se merece el calificativo de orweliano.
George Orwell fue un hombre de izquierda libertaria, contraria al totalitarismo estalinista. Por eso, en sus novelas 1984 y Rebelión en la granja hace una punzante crítica al izquierdismo de corte autoritario.
El citado autor fue acerbamente crítico, en 1984, con la neolengua, es decir, con la táctica de lavar el cerebro de la ciudadanía mediante la construcción de una nueva lengua. De facto, una de sus frases más sonadas reza así: el pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento.
Por todo lo dicho, no es de extrañar que un segmento de este intelectual orweliano vea bien, en VOX, bien, en el PP de Ayuso (debido al declive de Ciudadanos y UPyD), una vía de escape a una izquierda que trata de imponer una corrección política, un pensamiento único a través de la manipulación del lenguaje y que aboga por un puritanismo o moralismo de signo prohibitivo.
Ejemplos de esta suerte de ilustrado orweliano estarían encarnados en figuras como las de Miguel Bosé, Alaska, Arturo Pérez Reverte, Rosa Díez, Fernando Savater, y los difuntos Alejandro Lerroux y Clara Campoamor. Y los más clarividentes de todos los podemos encontrar en la evolución ideológica de Federico Jiménez Losantos, Hermann Tertsch, Fernando Sánchez Dragó y Quique San Francisco (que en Paz descanse). Mi pregunta es: ¿Cuánto tiempo les queda a Joaquín Sabina, Ramoncín y Pablo Motos para adherirse a este estereotipo? Si no lo han hecho ya…
Hay un prototipo de pibe que suele ser definido por las pibas como el antimorbo. Este es el friqui de YouTube.
En esta categoría, se hallan enclavados aquellos pavos de vestimenta huérfana de glamour, adictos a los videojuegos, asiduos a la comida rápida, a los vídeos conspirativos y algunos de ellos usuarios de YouPorn, los cuales están hasta los cojones del feminazismo, del establishment real-fooder y de la dictadura de lo políticamente correcto.
Hay un estereotipo de socialista de la vieja guardia, de esos que mantienen un halo de conservadurismo en su vestimenta, lenguaje y maneras, cuyos valores no son prisioneros de la moda de los tiempos. Este es el votante castizo de Felipe González y Alfonso Guerra.
Un sector de los castizos de Felipe González suele vestir combinando elegancia y casticismo, adoptando una indumentaria que hace dos telediarios resultaba poco distinguida y que, en nuestro tiempo, se caracteriza por ser elegantísima. En resumidas cuentas, el legendario socialista de chaqueta de pana o de cuadros añeja, con gafas de pasta y un pasacorbatas brillante de comisario franquista, de los que te encuentras en bien, tomando un vermú en un restaurante clásico de estilo british, o bien, degustando torreznos en la barra metálica de un bareto español; y algunos de ellos, incluso deambulan por el Madrid de los Austrias con gorro de chulapo.
Otro segmento de los castizos de Felipe González lo componen los gordos de camisa de manga corta, esos que profieren expresiones como nos han jodido mayo y que compran décimos de Lotería.
Abordadas estas categorías de castizos, también, cabe hacer mención de honor al andaluz campestre. No tiene por qué provenir de Andalucía, pero bien es cierto que el estereotipo más definido es oriundo de esta vasta región. El típico que, aunque sea rojeras desde un prisma económico, es conservador en lo que respecta a tributar respeto a las Procesiones, las tradiciones, las costumbres culinarias, el vino, la tauromaquia y la defensa del campo español. Es lo contrario a un real-fooder y a un progre de ciudad. Más que un revolucionario afrancesado y jacobino, en el fondo, es la viva estampa de la España de Fuenteovejuna, la de la obra teatral de Lope de Vega, aquella que emprende una rebelión popular contra el comendador gritando vivas al Rey.
Esta clase de elector es de los que se han dado cuenta de lo demencial que resulta llevar el relativismo al paroxismo de la coherencia.
Para empezar, le genera repulsa la neolengua, por adulterar la pulcritud del lenguaje, por estar enflautada de un exceso de sensibilidad, por dar prioridad a la ideología sobre el rigor lingüístico, y, seguramente, por parecer que ha sido elaborada desde los hangares de una secta.
Por otro lado, le provocan pánico las conclusiones descabelladas de la ideología de género, como esa insensatez de que el sexo de cada uno no viene determinado por la biología, sino que se trata de una construcción cultural, de una imposición mental antañona perpetuada a lo largo de los siglos. También, estima que es inverosímil el feminismo radical, ese que está enraizado en la guerra de sexos entre hombres y mujeres, y cimentado sobre las doctrinas de abolir el heteropatriarcado e instaurar el matriarcado.
A esto, anexémosle que le produce náusea la guerra que la izquierda ha librado contra la carne, su fobia hacia la tauromaquia, amén de la hipersensibilidad climática de los ecologistas. Este tercio de cosas le parecen engañabobos, negocios, piruetas propagandísticas y fuegos de artificio, amén de cursiladas lacrimógenamente ñoñas y moñas.
En cuarto lugar, le causa desazón la sobreimportancia que el PSOE -y sus homólogos mundiales- han ido otorgando a edificar la izquierda cultural desde Mayo del 68, véase una de índole más moral que económica, adaptada a las sociedades burguesas, en detrimento de fijar el centro de sus políticas en socorrer a las personas desfavorecidas. A esta clase de exsocialista, le pudo empezar seduciendo, y mucho, la socialdemocracia aburguesada mayo-sesentayochista, pero se ha dado cuenta de aquello en lo que ha ido derivando con el transcurso del tiempo.
Además, es de esos socialistas que están hastiados de las concesiones desaforadas a los separatistas catalanes, de lo enardecidas que se encuentran sus élites y huestes, y del protagonismo que han ido adquiriendo durante las últimas décadas.
También, le podríamos atribuir el calificativo de malasañero de la vieja guardia (si Malasaña estuviese en Londres, el apelativo old-malasanian ya sería un fenómeno mundial). A este estereotipo, pertenecen aquellos que nacieron a finales de los años setenta y principios de los ochenta (y como tardísimo, entre 1985 y 1990, pero forzando mucho la máquina).
En este grupo, se encuentran aquellos canallas y solteros de oro que tuvieron doscientas novias antes de cumplir treinta años, y que, ahora, deambulan como espíritus libres ácratas e independientes. Son juerguistas de la vieja escuela.
Tienden a ser personas de clase media, sin privilegios ni estrecheces económicas, de esas que se han criado en apartamentos grandes, véase en casas pequeñas, de lugares castizos como Chamberí, Sol, Atocha, Embajadores, Ventas o alrededores del antiguo estadio Vicente Calderón, entre otros lares.
No se les puede encasillar en las categorías de pijos ni de macarras. Esto es así hasta el punto de que son capaces de encajar en ambos ambientes sin ningún género de problema. No provocan náusea ni al finolis, ni al hortera. De hecho, no es extraño que den el pistoletazo de salida de sus juergas en Malasaña, que paren a repostar, entre las tres y cuatro de la mañana, en el Teatro Barceló o antiguo Pachá, para chocar la mano de Beltrán, Fadrique y Pelayo (quienes estudiaron con él en un colegio concertado de sacerdotes marianistas), y que terminen echando la pota en un cuarto de baño infecto de un tugurio del barrio de Las Letras.
Ahora bien, pese a su versatilidad social, no son lo suficientemente poligoneros como para que les apasione ir a ((Radical)), pero tampoco les verás frecuentando la cola de Green (sí que serían asiduos de lo que era antes Maná, ojo).
Este estereotipo de old-malasanian suele pertenecer a familias con personas de los dos bandos, que tienden a estar poco politizadas e incluso algunos de sus miembros son de esos que, cuando España va bien, votan al PSOE, y que, en tiempos de vacas flacas, se pasan al PP; en resumidas cuentas, los típicos pasotas de la política que han llegado a votar a Carmena, a Ciudadanos y a Ayuso en los últimos cinco años.
El old-malasanian de este tipo de familias podría ser un estereotipo de votante de VOX de los que antes era rojo. Un fiestero de cuarenta tacos que no está influenciado por su familia en cuestiones políticas, que votaba a la izquierda porque era lo rebelde, lo transgresor, lo underground, y que, ahora, ve que la rebeldía descansa en los brazos corpulentos de Santiago Abascal, en la prominente delantera de Macarena Olona, en el jersey de cuello vuelto de Isabel Díaz Ayuso o en la gafas de José Luis Martínez-Almeida.
En síntesis, el old-malasanian es un estereotipo de voxero o pepero malote, pero sin alcanzar el estatus de nacional-bakala.
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