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¿Por qué el capitalismo actual nos está conduciendo al socialismo?

No descarto en absoluto que el titular te haya estremecido, agitado, descolocado e incluso, conturbado. Te confieso que lo he confeccionado adrede para escandalizarte.

Ahora bien, voy a esgrimir, a renglón seguido, multitud de ejemplos que no sé si llegarán a convencerte de mi teoría, pero que, por lo menos, te harán pensar “ein bisschen”.

Ejemplos convincentes que lo ratifican o demuestran 

En Occidente, estamos sufriendo una paulatina pérdida de la propiedad privada, pero con casa de alquiler y bajo el dominio de un fondo de inversión.

Estamos padeciendo una progresiva pérdida de la propiedad de un vehículo, pero con derecho a transporte público y posibilidad de acceder a coches de alquiler.

Proliferan las empresas privadas que, bajo uso de las denominadas “cookies” y fomentando la sobreexposición en público, lo saben todo de nosotros e incluso, pueden llegar a facilitar dicha información a los estados (si no lo hacen ya).

Abundan las empresas privadas que, a través de los teléfonos, escuchan absolutamente todo lo que decimos, con la presunta y amable  finalidad de ajustar sus anuncios a nuestros apetitos y querencias.

Casi todas las empresas privadas se han puesto tácitamente de acuerdo para instaurar becarios de larga duración y sempiternos mileuristas. Igualdad en la miseria.

También, existen empresas privadas que diseñan artificios informáticos para que mucha gente adquiera el mismo grado de ficticia riqueza, como si fuesen ayuntamientos que regalan dinero de Monopoly por igual a todos sus habitantes. Eso sí, todo con rostro muy capitalista.

Igualitarismo radical, sueldos de miseria, pérdida de la propiedad de casa y coche, y personas geolocalizadas y escuchadas por el establishment.

Esto es socialismo puro, pero no duro. Un modelo socialista con rostro capitalista, que no es industrial, ni de fábrica, ni de hangar, sino profuso en rascacielos, y que faculta internet, iPad, patinete y aire acondicionado a sus “ciudadanos”.

Reflexión que da soporte filosófico a los ejemplos esgrimidos

Al igual que, en China, el socialismo está edificando una tipología particular de capitalismo, en el mundo occidental, el sistema capitalista nos está abocando hacia un modelo socialista un tanto novedoso y peculiar.

Esto, por lunático o descabellado que parezca, tiene toda la lógica del mundo.

Si el estado es socialista, dígase omnipotente o todopoderoso, gozará de cuatro empresas a su servicio que lo dominen todo.

Si el modelo es capitalista, cuatro empresas lo dominarán todo, condicionando la voluntad de los estados.

En ambos sistemas, se da una unidad de poder omnímodo entre estado y gigante empresarial. Se cumple la propiedad conmutativa: aunque el orden sea diferente, (de estado a empresa y de empresa a estado), no queda alterado el producto.

Y desde un punto de vista ideológico, mientras el estado socialista impone a las empresas grandes su doctrina a fuerza de control férreo, el gobierno de un país capitalista hace lo mismo sirviéndose de la dictadura de lo políticamente correcto.

En Occidente, tanto gigantes empresariales como empleados de los mismos tienen que pasar por el aro de la ideología imperante para que no les pongan la espada de Damocles. Y como mucho, pueden acogerse a la ley del silencio, al derecho a enmudecer, pero casi nunca al privilegio de rebelarse.

Ahora bien, todo ello sin imposiciones, sino a golpe de presión social, una forma de tiranía endulzada, almibarada, cubierta de alabastro, subrepticia e indirecta.

Esto es así porque, en Occidente, hemos confundido el mercado libre con el libre mercado, la competencia perfecta con la libre competencia (germen de los monopolios y oligopolios) y la libertad comercial con el capitalismo.

El capitalismo, al ser un -ismo, sustantivo que significa “doctrina” según la RAE, no necesita del prefijo “ultra” para promover un exceso de libertad en el mercado, la cual arrastra hacia el monopolio y el oligopolio, y por ende, nos empuja a la tiranía.

En otras palabras, resulta innecesario condenar el ultracapitalismo para que el capitalismo sea condenable o anatema.

Señores, caballeros y quijotes, reivindiquemos un mercado libre que ponga límites a la hibris del libre mercado.

Amén. Así, sea.

 

 

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