Columnista: Íñigo Bou-Crespins
Santo Tomás de Aquino, uno de los pensadores filosóficos más prodigiosos de la historia, ya dilucidó, en plena Edad Media, la necesidad de instaurar cierta separación de poderes, en aras de garantizar un significativo grado de equilibrio y bien común.
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El Santo Dominico se anticipó, con innumerables siglos de diferencia, a Montesquieu, a sus predecesores y a sus contemporáneos, en lo que a equilibrio y separación de poderes se refiere, lo cual no les convierte en pioneros, como injustamente nos han tratado de inculcar.
¿Cómo distribuyó Santo Tomás los poderes para la búsqueda de un equilibrio?
El egregio pensador abordó, en plena Edad Media, la necesidad de conceder una franja de poder al rey (monarquía), otra cuota a la aristocracia y una tercera a representantes del pueblo (democracia).
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El ínclito filósofo llegó a esta conclusión bajo un criterio de apabullante sentido común: si la monarquía gobierna en solitario, deriva en tiranía; si la aristocracia maneja el timón a solas, se cae en la oligarquía; y si la democracia toma las riendas del poder como único gobernante, triunfa la demagogia (la exaltación de las emociones y sentimientos por encima de la razón).
¿Qué ocurriría, a mi juicio, si faltase dicho equilibrio de poderes?
En otras palabras, si un rey gobierna él solo, tenemos el peligro de que un Herodes o un Enrique VIII impongan una insufrible tiranía.
Si una élite o aristocracia accede al poder en solitario, es posible que establezca un régimen caciquil de enchufismo, favoritismos y nepotismo de límites inabarcables.
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Y si el pueblo maneja el timón sin connivencia de otros poderes, gana la demagogia (la primacía de los sentimientos sobre la razón), la rebelión de las masas (es decir, el empobrecimiento moral e intelectual a través del enaltecimiento de la mediocridad) y la dictadura del proletariado (donde gobierna un dictador colocado por un grupo social minoritario, dictador al que se mantiene o depone en función de la voluntad de dicho colectivo marginal y soliviantado por aires revolucionarios).
Por todo esto, creo que Santo Tomás fue muy atinado al repartir el poder entre Monarquía, aristocracia y democracia, para así poner obstáculos a una cuota de poder exagerado por cualquiera de los citados. Y lo hizo en plena Edad Media.
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Algunas demostraciones históricas y razonamientos filosóficos para limitar el exceso de poder democrático
I-. Rousseau, uno de los máximos exponentes filosóficos de la soberanía popular –gobierno total del pueblo o democracia absoluta- reconoció que la gobernabilidad de la misma era utópica en un mundo tecnológicamente desarrollado
Rousseau fue uno de los máximos exponentes filosóficos del concepto de “soberanía popular”, es decir, del gobierno del pueblo, de la democracia absoluta.
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El célebre pensador tenía la teoría de que el hombre es bueno por naturaleza, pero que una sociedad tecnológicamente avanzada le despoja de esa bondad natural, puesto que crea en él sentimientos de acumular riqueza, poder, soberbia y afán de sobreponerse a los demás.
Por esta razón, defiende la soberanía popular en el seno de una sociedad pre-tecnológica, naturalista, puesto que desconfía de la voluntad del pueblo contaminado por el mundo desarrollado.
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En otras palabras, uno de los máximos exponentes filosóficos de la soberanía popular reconoció implícitamente que un gobierno absoluto del pueblo era utópico, lo cual es un argumento a favor del equilibrio de poderes desarrollado en los renglones anteriores.
II-. Ortega y Gasset ya advirtió de los peligros de una excesiva democratización, a través de su teoría de “la rebelión de las masas”
Ortega y Gasset, en su célebre obra La rebelión de las masas, advirtió de los peligros de un exceso de democratización.
Un exceso de democratización estriba en que se le confiera al pueblo la autoridad y la potestad de casi todo, lo cual deriva en que triunfe la mediocridad intelectual, ya que se fuerza a las élites a adaptar su sabiduría y un talento a la medida de la media de las personas, en pos de que no sobrepasen, de manera significativa, la intelectualidad de la masa social mayoritaria; es decir, se edifica una intelectualismo disparatadamente democrático.
Esto es lo que Ortega entiende por la rebelión de las masas.
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También, este empobrecimiento o depauperación intelectual, propia de una sabiduría excesivamente democrática, extremadamente adaptada al pueblo y reticente a otorgar la autoridad a una élite muy superior intelectualmente a dicho pueblo, también, según Ortega, trae consigo la devaluación moral de la sociedad.
Cuando las jerarquías morales e intelectivas se amoldan en exceso a la masa, se acaban devaluando (es un proceso bastante lógico y comprensible).
III-. El poder del proletariado, según el propio Marx, es “la dictadura del proletariado”:
Que un poder desmedido del proletariado sea considerado, por el propio Marx, como “la dictadura del proletariado”, ya es un reflejo de lo escasamente democrático que resulta el exceso de democracia.
También, cabe considerar que el poder del “proletariado” no representa al pueblo en su conjunto, sino a un sector minoritario del mismo, por lo que una hegemonía de éste ya es de por sí antidemocrático, puesto que sería el gobierno de una minoría.
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Ahora bien, Marx, que, aunque fuese muy malo, no era precisamente tonto, se autojustificó alegando que lo contrario a la “dictadura del proletariado” es la “dictadura de la burguesía”.
Algunas demostraciones históricas y razonamientos filosóficos sobre la necesidad de tener una Monarquía, pero limitando su exceso de poder
I-. ¿Sabías que el parlamentarismo, con equilibrio de poderes, nació en España, en la Edad Media y “en nombre de Dios”?
El parlamentarismo nació en la España (no en Gran Bretaña) y en la Edad Media (en vez de en la época Moderna), hecho que es reconocido por la mismísima UNESCO.
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Se trató de un precedente institucional de las cortes, llamado Curia Regia o Consejo Real, datado en 1188, al que asistieron representantes del Clero, la nobleza y del pueblo (conocidos estos últimos como “ciues electti”).
Fue convocado, en el año 1188 y “en nombre de Dios”, por el Rey Alfonso IX en la Iglesia de San Isidoro (la cual es, hoy, Colegiata y Basílica).
II-. ¿Sabías que desde finales del siglo VI, en España, el Clero y la nobleza ya impedían el poder absoluto de los Reyes?
Desde la conversión al Catolicismo del Rey Recaredo, a finales del siglo VI, Clérigos y nobles apoyaron o se sublevaron a los distintos Monarcas, lo cual impedía un ejercicio de poder absoluto por parte de los Reyes.
Podían incluso deponer a un Rey, pero, en ese caso, siempre lo sustituían por otro. Jamás caían en el error de dejar de ser monárquicos.
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En el III Concilio de Toledo, en el año 589, el cual presidió San Leandro, se decretó que el Catolicismo fuese la Religión oficial del Reino, abjurándose, así, del arrianismo y fusionándose la sociedad visigoda con la hispanorromana.
Pues bien, desde este momento, el Clero y la nobleza actuaron como apoyo, contrapeso u oposición del poder real, según las circunstancias, sin adoptar posiciones ni de sumisión total al Rey, ni de rebelión continua contra la Monarquía. En síntesis o resumidas cuentas, hubo cierto grado de equilibrio.
El Monarca Suintila, por ejemplo, fue derrocado por Sisenando, Duque de Septimania, quien contó con el poder del Clero y la nobleza. Este último, después, como Rey, fue apoyado por los mismos.
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El Rey Tulga, por ejemplo, fue destronado por la nobleza partidaria de Chindasvinto.
Recesvinto, verbigracia, contó con el apoyo del Clero y la nobleza, pero Wamba, quien los persiguió con ahínco y contundencia, fue derrotado por los mismos y sustituido por Ervigio.
Y así, puedo esgrimir ejemplos a espuertas y raudales del primer periodo Medieval.
III-. ¿Sabías que el absolutismo monárquico es un invento de la modernidad ilustrada y no de la tradición medieval?
Si haces un interrogatorio a las personas que transitan por la calle, pongo la mano en el fuego a que la mayoría lo asociaría al periodo medieval.
Pues, no, el monarca absoluto es un invento de la modernidad ilustrada, figura a la que se conoce como “déspota ilustrado”.
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La misma modernidad ilustrada que ideó un modelo de separación de poderes, fue la que engendró el absolutismo monárquico.
Corrigió su propio error, pero con astucia y sin humildad, ya que subsanó su equivocación echando la culpa a la tradición anterior, en vez de a sí misma, saliendo airosa de su falta y vendiendo su solución como algo “moderno”.
Esta conducta de crear un problema y echar la culpa, años más tarde, a los adversarios ideológicos de la creación de la misma, sin ninguna clase de vergüenza, es muy habitual en y bastante manida por los denominados sectores “progresistas”.
Logran comunicar a la sociedad, con una destreza difícil de aplacar, que sus propios errores son fabricación de los conservadores y de los tradicionalistas, convirtiendo sus soluciones en medidas “modernas” y “de progreso”.
Fabrican la catástrofe, se cuelgan la medalla de luchar en contra la misma y culpan a su oponentes de haberla provocado.
IV-. ¿Sabías que el precedente del absolutismo monárquico ilustrado fue el modelo del Renacimiento, que instauró el autoritarismo monárquico frente al equilibrio de poderes medieval?
El precedente del absolutismo monárquico o despotismo ilustrado fue la monarquía renacentista que nació con los estados, de corte centralizador y autoritario. De este modo, se rompió con el equilibrio de poderes medieval.
Por un lado, esta centralización y fortalecimiento de los estados bajo un rey fuerte trajo esplendor y grandes progresos.
Por otro, sin embargo, se rompió con ese equilibrio medieval que mantuvo un plausible grado de paz y armonía en Europa, dándose comienzo a cruentas guerras de poder entre las monarquías de los distintos estados continentales.
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También, otro de los efectos negativos que desató fue el auge del protestantismo, puesto que el Rey gozaba de tanto poder que si él se cambiaba de credo religioso, el pueblo se veía forzado a seguir sus pasos (tendencia que se sintetizó bajo el aforismo latino “Cuius regio, eius religio”, lo cual quiere decir que la religión del príncipe será la de su territorio).
Un ejemplo esclarecedor de esto último es el de Enrique VIII, quien, por cuestiones voluptuosas, de bragueta juguetona y de cintura para abajo, se cambió de religión y forzó a hacerlo a su pueblo.
V-. El exceso de poder de Tarquinio el Soberbio, último Rey de la antigua Roma, y el poder desmedido de las élites republicanas posteriores
Con el tiránico Rey Tarquinio el Soberbio, se acabó la Monarquía en la antigua Roma, en el año 509 antes de Cristo. Fue depuesto por violar a Lucrecia, la gota que colmó el vaso de su despotismo.
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Tras este hecho, se fundó la república senatorial, con dos cónsules que poseían, de forma compartida, todos los poderes que anteriormente tenía el Rey, aunque durante un año de mandato.
Pues bien, el hecho de conferir un exceso de poder a una élite republicana trajo consigo que ésta lo ejerciese de manera abusiva, sádica y conspirativa.
El exceso de aristocracia senatorial derivó en oligarquía.
Algunas demostraciones históricas y razonamientos filosóficos para limitar el poder de las élites parlamentarias
I-. El poder desmedido de las élites republicanas de la antigua Roma, posteriores al último Rey del periodo:
Esto es exactamente lo mismo que acabo de abordar en el párrafo anterior.
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II-. Caciquismo, clientelismo y corrupción
Es un fenómeno mundial propio del exceso de poder de una élite, una suerte de oligarquía blindada por sus favoritismos y omertá (ley del silencio delictivo).
De hecho, hay una época del primer cuarto del siglo XX español conocida como “caciquismo”.
III-. Partidismo:
Un error propio de la democracia parlamentaria es que los partidos lo dominen todo, se repartan la tarta de la nación y se tapen determinados trapos sucios unos a otros, lo que viene a ser caciquismo, clientelismo y corrupción.
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Es lógico que, a nivel nacional, se vote a partidos, pero considero que, en las localidades pequeñas, se podría votar a candidatos independientes, que sean elegidos directamente por los habitantes de su comarca. Pocas veces se da ya que el alcalde sea escogido por ser el hombre querido del pueblo.
También, otro de los efectos del partidismo es que la población les tome como sus pastores ideológicos, como sus nuevos sacerdotes, cambiando su manera de pensar en función de los cambios ideológicos del partido al que son afines. Lo que digo no es exagerado. Más bien, estoy harto de verlo.
Mucha gente piensa a o bé a merced de lo que hace la formación política a la que vota. Se le da no sólo el poder político, sino la autoridad moral e intelectual.
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IV-. Capacidad para dominar la comunicación, la televisión y la educación
Muchas televisiones y medios de comunicación, por no decir la mayoría, se financian gracias a los partidos o al Gobierno estatal, regional, provincial o local de turno.
En las universidades, hay un colectivismo entre grupo intelectuales de profesores para dominarlas ideológicamente. También, se dan elecciones estudiantiles para elegir rector, los cuales suelen ser de marcado signo ideológico, además de tener vinculaciones con los partidos políticos de la misma cuerda.
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Además, con asignaturas como Educación para la Ciudadanía, y similares, se moldea a la juventud en base a los principios de un partido o colectivo ideológico.
Esta realidad de que, para dominar a la sociedad, es necesario conquistar la educación, ya lo abordó Gramsci en su momento.
V-. Capacidad para influir en las sentencias de los tribunales:
Para empezar, en España, un parte significativa de los magistrados del Tribunal Constitucional lo son por expresa designación política, incluso sin tener la oposición de Judicaturas, ello sin contar con que el resto guardan estrechos lazos con los partidos.
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Además, tengamos en cuenta que los altos tribunales están compuestos por gente poderosa que se codea, de algún modo, con los políticos, lo cual pone en serio peligro la independencia judicial.
Un ejemplo de esto último es la “casualidad” de que la sentencia de la exhumación de Franco fuese dictada muy poco antes de las últimas elecciones, esto sumado a que se fallase la de los ERE escasos días después. Ambas coincidencias son clamorosamente sospechosas.
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Conclusión:
No le faltó razón a Santo Tomás de Aquino cuando, en plena Edad Media, concluyó que el poder se repartiese entre Monarquía, aristocracia y democracia, para, de este modo, poner obstáculos a la tiranía del Rey, a la oligarquía de las élites y a la demagogia del pueblo.
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