Cascadas de lágrimas emotivas brotan de la mirada limpia de Rafa Nadal.
Es la consecuencia del retumbar del Himno, atronador tributo musical con el que las masas rinden pleitesía a un español de bandera.
Un arrobador seísmo de alborozo patrio se apodera de la muchedumbre, para aureolar al guerrero hispano de gracia y majestad.
El fervor rojigualdo se extiende como un reguero de pólvora por los cuatro costado de la nación contigua, y unge a nuestros vecinos con gotas de sangre bañadas en oro.
La lluvia nacional española baña los solares de la galia francesa, y hace reverdecer frondosos ecosistemas rojo y gualda en sus campiñas.
Los adversarios tenísticos se tratan de dar muerte deportiva en noble lid, para sellar el final de la contienda con un abrazo de Vergara.
Las masas enardecidas corean al vencedor de la pendencia, y regresan apaciaguadas sin detonar ninguna reyerta.
La furia española se alza victoria en la nación francesa, y la exultancia, el júbilo, el alborozo y el frenesí no logran hacer peligrar la armónica convivencia.
Los hinchas de Rafa Nadal celebran su triunfo con pulcritud y limpieza, y enarbolan las rojigualdas allende el planeta Tierra.
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