Recemos por el eterno descanso de Rubalcaba, pero tampoco le beatifiquemos. No confundamos el respeto con la admiración.
Ser difunto no te convierte en un héroe nacional, ni tampoco en un santo, sino que te transforma en alguien que merece respeto, honras fúnebres, buenos deseos y oraciones, pero no admiración.
Vivimos en una sociedad con cierta incapacidad para deslindar el respeto de la admiración. Parece que, bien, cubres de loas a alguien, te deshaces en halagos ante su soberana efigie, o bien, le crucificas. El término medio brilla por su ausencia.
En demasiadas ocasiones, mucha gente es incapaz de respetarte si no piensas como ellos. Esto es fruto de que confunden la admiración con el respeto y que, por consiguiente, si no te admiran, no pueden tributarte respeto.
Rezaré el Santo Rosario por Rubalcaba, ofreceré la Misa del domingo y la Sagrada Comunión por él, pero no voy a afirmar ni que fue un “gran hombre de estado”, ni que fue “un político de altura”, ni que quedan pocos líderes tan egregios como él.
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