Pedro Sánchez da un discurso sobre la pandemia con dicción solemne, con el tono de voz de un caesar que acaba de extender la pax romana por todos los confines de la Tierra (urbi et orbi), con el triunfalismo impostado de un déspota ilustrado. Parece un Napoleón redivivo, un clon de Cicerón insuflando esperanza a las masas desencantadas, el ánima purgante de Cervantes orando por los corazones desvaídos. Vaya cara más dura tiene. Menuda jeta. Representa el paroxismo de la desfachatez, el punto álgido de la sinvergonzonería. Ha recurrido a la inmemorial técnica de fingir éxito en tiempos de tempestad.
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