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Los 5 razonamientos de Santo Tomás que hacen irrebatible la existencia de Dios

Columnista: Íñigo Bou Crespins

Santo Tomás de Aquino desarrolló 5 razonamientos que hacen incontestable, desde un punto de vista filosófico, la existencia de Dios.

Estas vías se expondrán en los renglones ulteriores, a las que agregaré una reflexión personal.

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Vía I de Santo Tomás de Aquino: La del movimiento

Es una teoría aristotélica que está basada en que cada movimiento es iniciado por otro, lo que hace imprescindible un primer motor inmóvil, porque es imposible una serie infinita de iniciadores del movimiento.

Reflexión personal del autor de este artículo: Si todo movimiento necesita ser originado por otro, tiene que haber un primero que sea el origen de los demás y para ello, solamente puede tratarse de un ser con poderes absolutos, ya que sólo alguien todopoderoso no necesita ser creado por motores previos.

El premio nobel de física Max Planck hizo hincapié en una primera fuerza que lo mueve todo, conclusión idéntica a la del primer motor de Santo Tomás.

Este genio  comunicó su teoría de la siguiente manera: “Toda la materia tiene origen y existe sólo en razón de la propia fuerza, la cual hace vibrar las partículas atómicas y las tienes juntas como un minúsculo sistema solar dentro del átomo. Así, detrás de esta fuerza debemos suponer un espíritu inteligente y consciente; este espíritu es el fundamento de toda materia”.

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Vía II de Santo Tomás de Aquino: La de las causas eficientes

Es muy parecida a la anterior, prima hermana. Consiste en que como nada es causa eficiente de sí mismo, es preciso acogerse a la existencia de una primera causa.

Reflexión personal del autor de este artículo: Si todo necesita ser causado por algo, tiene que haber una causa primera que no dependa de otra anterior para existir y esto sólo te lo puede otorgar el poder infinito de Dios.

Hacia esta misma dirección, también, se inclinó el premio nobel de física Arno Allan Penzias.

Dicho premio nobel concluyó que “la astronomía nos lleva a un evento único, un universo único que ha sido creado de la nada, con un delicado equilibrio necesario para ofrecer condiciones las exactas para el surgimiento de la vida; en ausencia de un incidente absurdamente improbable, las observaciones de la ciencia moderna parecen sugerir una dimensión sobrenatural”.

Vía III de Santo Tomás de Aquino: La de la contingencia y del ser necesario

Esta vía se fundamenta en que como hay seres que existen y que podrían no existir, es decir, que son contingentes, es necesario que exista un ser necesario, puesto que, de lo contrario, lo posible no sería más que posible.

Reflexión adicional del autor de este artículo: Algo tan complicado, complejo y rico como la creación no puede ser y no haber sido al mismo tiempo, por lo que se necesita un ser supremo que dé firmeza de existencia a lo existente, una firmeza con carta de certeza que vaya más allá de la simple posibilidad, con una certidumbre implacable que no ceda un espacio al azar, que traspase las barreras de lo meramente fortuito.

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Vía IV de Santo Tomás de Aquino: La de los grados de perfección

Este cuarto razonamiento estriba en que todas las cosas existen según grados, a partir de lo cual se puede hablar de grados de bondad, de verdad, de justicia, etcétera. Por esta razón, es necesario que exista un ser que posea toda la perfección en grado sumo.

Reflexión adicional del autor de este artículo: Una virtud necesita existir en el grado supremo de su plenitud, puesto que, de lo contrario, no tendría la credibilidad y consistencia suficiente como para que tenga sentido aspirar a ella, y también, carecería de sentido dominar dicha virtud en mayor y menor grado si no existe un grado absoluto de la misma.

Por consiguiente, considerando que la verdad, la bondad, la justicia y demás es imposible que se den en soberana perfección proviniendo de humanos, es necesario que exista un ser perfecto y todopoderoso que domine las virtudes sin atisbo de error ni mácula de imperfección.

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Vía V de Santo Tomás de Aquino: La teleológica o del orden y la finalidad

Esta vía del Aquinate consiste, lisa y llanamente, en que la creación del universo debe tener una finalidad y una finalidad sólo la puede conceder un ser inteligente. De ahí, la necesidad de la existencia de Dios.

Reflexión adicional del autor de este artículo: Si nos preguntamos qué finalidad tiene el estómago, podemos responder que para que las personas y los animales se alimenten.

Si nos cuestionamos qué finalidad tiene la existencia de las personas, podemos contestar que para poblar la Tierra de vida inteligente y dominarla, entre muchas otras cosas.

Si nos hacemos la pregunta de qué  finalidad tiene este planeta, podemos despejar el interrogante con múltiples contestaciones.

Si continuamos cuestionándonos la finalidad de cada ente sucesivamente, llega un momento en el que se nos terminan las respuestas y en el que no nos queda otra que abrazarnos a Dios como modo de despejar la incógnita, de descifrar el jeroglífico y de desentrañar el galimatías.

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La ciencia responde al cómo de las cosas, pero no al por qué

Muchos científicos de superlativo renombre llegaron a la misma conclusión, a la de que, a la postre, si no recae en Dios la finalidad de todo la existencia, uno, al preguntárselo, se acaba quedando sin respuestas.

Louis Pasteur, padre de la microbiología y creador de la pasteurización (se llama así en sintonía con su apellido), llegó a la humilde conclusión de que “un poco de ciencia te aleja de Dios, pero mucha ciencia te devuelve a Él”.

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Algo muy parecido señaló el premio nobel de física Werner Karl Heisenberg cuando dijo: “El primer trago de la copa de las ciencias naturales te volverá ateo, pero, en el fondo de esa copa, te espera Dios”.

Joseph Taylor, premio nobel de física en 1993 por descubrir el primer púlsar binario, afirmó que «no hay conflicto entre la ciencia y la religión; nuestro conocimiento de Dios se hace más grande con cada descubrimiento que hacemos sobre el mundo».

El premio nobel de física Peter Grünberg indicó algo similar y lo hizo en estos términos exactos: “Yo creo que existe más de lo que podemos ver, sentir, etcétera, o descubrir con los instrumentos de la ciencia. Pero esta es una sensación corroborada por muchos detalles de mi experiencia personal y por eso, es imposible compartirla o comunicarla”.

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El premio nobel de física Arthur L. Schawlow manifestó lo siguiente: “Me parece que al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del universo, debe preguntarse por qué no y no simplemente cómo. Las únicas respuestas posibles son de orden religioso… Tanto en el universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios”.

El premio nobel de física William D. Philips, galardonado por su trabajo con láseres, dedujo que “no hay ninguna buena razón científica de por qué el universo no debió haber sido diferente”.

El premio nobel de física Robert Aumann vino a decir lo mismo cuando manifestó que “la descripción del mundo está hecha de modelos, pero el mundo no es un modelo”.

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Albert Einstein llegó a conclusiones muy similares a estas de Santo Tomás al ver cómo, detrás de tantas leyes científicas de las cosas, tan complicadas y entrelazadas entre sí, tiene que haber un origen inteligente llamado Dios y un inmenso cúmulo de misterios provenientes de su acción creadora.

Existe un extenso elenco de frases en el haber de este científico que son una prueba de ello, oraciones como las siguientes, recopiladas por la revista católica Aleteia: “La ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega”, “la escalera de la ciencia es el escalón de Jacob, no se termina sino a los pies de Dios”, “la experiencia más hermosa que podemos tener es la sensación de misterio, quien jamás ha conocido esta emoción tiene los ojos cerrados”, “sólo hay dos maneras de vivir tu vida; uno de ellos es como si nada fuese un milagro; la otra es como si todo fuera un milagro”, “el azar es el camino que utiliza Dios cuando actúa de incógnito”.

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El premio nobel de física Carlo Rubbia (descubridor del bolsón W y Z), admirado tras estudiar la inmensidad del cosmos, el orden que reina en el mismo y la belleza que desprende, el número de galaxias y la existencia de partículas elementales, no tuvo otro remedio que aducir: “Como observador de la naturaleza, no puedo evitar pensar que existe un orden superior; la idea de que todo es el resultado de la fortuna o de la pura diversidad estadística, para mí, es completamente inaceptable”.

Richard Smalley, premio nobel de química, descubridor de los fulerenos y considerado como “el padre de la nanotecnología”, reconoció que “el propósito de este universo es algo que sólo Dios sabe con certeza, pero es cada vez más claro para la ciencia moderna que el universo fue exquisitamente afinado para permitir la vida humana”.

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