La respuesta a esta pregunta se trata de una conclusión personal, que no tiene por qué ser la verdad absoluta, dado que, por mucho que me dedique a cultivar la reflexión filosófica y el discernimiento espiritual, no soy, ni por asomo, el oráculo de la sabiduría.
Ahora bien, sí que reconozco que nos vendría bien a todos (yo incluido) si aplicásemos con mayor frecuencia el trasfondo, la realidad subyacente de aquello que voy a desarrollar en los renglones ulteriores.
En mi modesta opinión, no creo que ‘poner la otra mejilla’ signifique consentir que los enemigos de la verdad intenten arramblar con la misma; ni permitir que un narcisista sin escrúpulos nos fustigue en el plano emocional.
Entiendo este adagio bíblico como un logrado equilibrio entre lo expuesto en los dos párrafos anteriores, por difícil e incluso incoherente que pueda parecer a un primer golpe de vista.
‘Poner la otra mejilla’ podría ser, verbigracia o por ejemplo, aprender a poner límites a los excesos de los demás sin necesidad de retirarles la palabra, ni de incluirles en una lista negra de personas non gratas (bajo el manido sambenito de ‘gente tóxica’).
‘Poner la otra mejilla’ pienso que puede querer decir el saber marcar una prudente distancia con aquellas personas pegajosas que procuren lacerarnos, pero sin caer en el extremo de borrarlas absolutamente del mapa de nuestra existencia. Reducir el trato, cuando este sea excesivamente estrecho, no es sinónimo de cortar la comunicación.
‘Poner la otra mejilla’ creo que significa allanar el camino de la reconciliación con aquellas personas orgullosas con las que nos hemos peleado. Ponérselo fácil, servírselo en bandeja con bondadosa maña o astucia, con un tacto acrisolado, afable, tierno, humilde, desprendido, de tal modo que terminen bajando las espadas y silenciando los tambores de guerra (no siempre da resultado, pero sí casi siempre; lo tengo más que comprobado, incluso con gente bastante peliaguda y escurridiza).
‘Poner la otra mejilla’ pienso que significa realizar ímprobos o prometeicos esfuerzos por hacer aflorar hacia el exterior el lado bueno de los demás, por oculto que el citado se encuentre. Da resultado más veces de lo que las apariencias muestran.
Como decía Sir William Shakespeare, en su obra de teatro Hamlet: “Si a los hombres se les hubiese de tratar según merecen, ¿Quién escaparía de ser azotado?”. No recuerdo qué santo señaló que intentásemos ver cuántas veces y en qué magnitud nos ha tenido que perdonar Dios antes de dar a los demás ‘su merecido’. En ocasiones cuesta digerirlo, pero pensar en esto con detenimiento puede ayudarnos sobremanera a perdonar hasta a los ‘seres más detestables’ (‘tóxicos’, como dirían las lenguas modernas).
La citada frase de Shakespeare termina así: “Cuando menor sea su mérito, mayor sea tu bondad”. La he mencionado en un renglón aparte porque es otro aspecto en el que quiero incidir con énfasis.
Al hilo de esta última cita de Shakespeare, entiendo que ‘poner la otra mejilla’ es no dejar de lado a aquellos que son particulares, ‘especialitos’, extraños (‘frikis’) o que yacen estabulados en una vida un tanto desordenada (truhanes, crápulas, liantes, galopines). Es arropar a las personas solitarias, que, por una u otra razón (con culpa o sin ella), sufren la marginación de la sociedad. San Pablo decía que fuésemos ‘humildes, amables y pacientes’ con todos.
Adam Smith, en su obra La teoría de los sentimientos morales, incidió en que la simpatía es virtuosa cuando no limitamos su ejercicio, cuando es extensible. De hecho, puso el acento en ser especialmente simpáticos con los pobres (es más, existen especulaciones sobre si el erudito escocés donó, en secreto, casi toda su fortuna a los más necesitados).
En síntesis, ‘poner la otra mejilla’ creo que tiene más que ver con adquirir una paciencia incombustible con los defectos del otro y con tener una predisposición a perdonar a todo el mundo que con dejar que te apaleen con estoica abnegación; y he de precisar que cuesta mucho más lo primero que esto último.
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