Vendí mi Bugatti, con el objetivo de vivir una experiencia parecida al Monje que vendió su Ferrari. Me quise despojar -durante mi mes de vacaciones, no para siempre- de los bienes materiales, para experimentar nuevas vivencias… Estímulos… Sensaciones…
¿Y por qué lo hice? Bajo el pretexto de ser un explorador…Un buscador… Un culo inquieto, abierto a saborear nuevos daiquiris…
Compré -a un precio exorbitante, lo admito- una cabañita en Maldivas, pero no para pegarme una vida de lujos y caprichos, sino porque soy un amante de las cosas bien hechas… Siempre lo he sido, no lo puedo evitar… Forma parte de mi ADN… Soy un perfeccionista… Nato…
Durante el día, yacía tendido sobre la orilla de una hermosísima playa… Masajear mi cabello Pantene con sus granitos de arena fue una experiencia salvaje… Que me permitió mimetizarme con el medioambiente… Empatizar con la madre naturaleza… A la que tanto queremos…
Ese azul eléctrico… Inmaculado… Virgen… Con destellos verdosos y dorados… Como efecto de la percusión del sol sobre las aguas… Pura magia… Fue una experiencia religiosa, como dice aquella canción de mi amigo Quique… Quique Iglesias… Con el que tantos momentos he compartido…
Aunque lo mejor de todo fue la sensación de cerrar los ojos y sellar los párpados con un antifaz helado… Mientras la música caudalosa de los mares acariciaba mis tímpanos… Desde el invisible horizonte acústico… Bendito silencio musical…
En aquellos instantes eternos, en los que el tiempo parecía que se había pulverizado, comprendí aquella enseñanza de Oscar Wilde… Esa que decía que la contemplación es la ocupación natural del hombre…
Experimenté el clímax de la relajación cuando, durante la quinta noche de mi estancia en Maldivas, me atreví a hacer el amor con una mujer exótica, de tez mulata… Una “dama de poncho rojo”, con “pelo de plata y carne morena”… “Mestiza ardiente de lengua libre”… Como dice aquel hito musical de Joaquín Sabina…
Después de estas vivencias tan apasionantes, descubrí que tal éxtasis de poesía no era más que la prosa de la frivolidad disfrazada de un falso misticismo… Y retornaron a mi memoria aquellos renglones de Fiódor Dostoievski, estampados sobre su novela Los hermanos Karamázov…
Se trataba de un modus vivendi contemplativo, pero, también, desinteresado… Vivido con amor, abnegación y entrega… Dotado de un propósito… No como las sensaciones que estaba experimentando en aquella deliciosa playa de las Maldivas… Donde todo giraba en torno a cultivar el individualismo más extremo, a centrarme en el yo, sin preocuparme por los otros… Donde todo quedaba reducido a darme un baño de frivolidad… Un baño de frivolidad adornado de una falsa poesía…
De esta guisa, opté por dejar de hacer el moñas y el gilipollas, para dibujar nuevas notas sobre la partitura de mi vida… Decidí volver la mirada a Cristo, para dejar de sumergirme en falsos misticismos… En espurias mitologías…
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