Columnista: Pepocles de Antioquía
Me ha gustado mucho un vídeo que ha publicado hoy un sacerdote, en cuya grabación afirma que la Cuaresma es un magnífico momento para comenzar a escuchar a Dios, a través del silencio ante Él, e intentar ver qué es lo que pide de nosotros.
A esto, ha añadido que el lugar ideal para guardar este silencio ante Dios es el Oratorio, pero que, también, puede ser nuestra casa o mientras damos un paseo.
Estamos continuamente avasallados por ruidos que nos distraen de dejar un espacio a Dios para que haga mella en nuestros corazones.
Hasta aquí, lo que ha comunicado este sacerdote. Ahora, querría aportar un par de reflexiones adicionales.
A esto, me permito agregar el matiz de que este momento de ausencia de ruidos no tiene que estar basado en el silencio por el silencio o en el silencio porque sí, sino en un silencio que tenga por objetivo escuchar lo que Dios quiere de nosotros.
A lo dicho, también, me permito añadir que los ruidos adoptan multitud de morfologías, como pueden ser preocupaciones, aspiraciones profesionales, ensoñaciones políticas, planes de adelgazamiento, objetivos variopintos y multiformes, etcétera.
De estos rugidos, no nos podemos apear o alejar del todo (de facto, sería poco conveniente), pero sí reducir el exceso de espacio que ocupan en nuestras vidas y el escaso hueco que tributamos a Dios, a Quien tenemos arrinconado.
Ni en los ruidos de la política está la salvación (ni la causa de todos los males), ni en los clamores del crecimiento profesional reside nuestra absoluta plenitud, ni el estruendoso bienestar que nos aporta perder peso nos otorga la llave de la felicidad. Estas cosas son imprescindibles, pero no permitamos que ocupen tal cuota de terreno que nos impidan abrir una parcela a Dios en nuestras vidas.