Gracias a Dios, y nunca mejor dicho, tenemos un Padre que nos perdona los pecados en confesión.
Es un consuelo contar con esta enmienda divina, sobre todo, en un mundo en el que la tecno-modernidad los retiene para siempre, bien, en un dispositivo, bien, en las entrañas de un buscador.
Episodios como el del vídeo porno difundido recientemente, a través del cual ha quedado mancillado el honor de una mujer, que ha visto como dramática salida el suicidio, ponen de manifiesto la falta de perdón que ha instaurado la tecno-modernidad.
Las personas suelen tener una enorme dificultad para perdonar, que se ve compensada por su gigantesca capacidad de olvidar.
Una de las cualidades que más ennoblece al hombre es su capacidad de olvidar. Si la tecno-modernidad se la arrebata, está condenado a una pugnaz deshumanización.
Hace poco, vi un capítulo de la serie Black Mirror, en el que las personas tenían instalado en el cerebro un sistema para visualizar todos sus recuerdos, para rebobinar a su antojo.
En el mismo capítulo, muestra cómo varias personas, tras desquiciarse al bucear en los tormentos del pasado, del propio y del ajeno, acaban arrancando de cuajo dicho dispositivo. Se vuelven conscientes del placer del olvido, del privilegio de no gozar de una memoria infinita.
Cesemos de endiosar a la tecno-modernidad. Volvamos a la casa de Dios, dejémonos acunar en los brazos de María Virgen y Madre, los Únicos dispuestos a perdonar y olvidar hasta setenta veces siete.
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