COLUMNISTA: Pepocles de Antioquía
Erase una vez un vago en mayúscula, un perezoso en hipérbole, un haragán de tomo y lomo, un holgazán de olímpica competición.
Sus compañeros de labranza estaban febrilmente hastiados de la ociosidad de aquel vago sin redención.
Este irredento holgazán se demoraba a la hora de llegar al trabajo y escatimaba al tiempo de esfumarse. Y durante la jornada, había que estar celosamente detrás de él para que su cosecha produjese los frutos esperados.
Sus compañeros de oficio tampoco escatimaban, ni medio ápice, a la hora de echarle en cara sus desatinos, yerros y torpezas. El holgazán era increpado por sus tachas con una impertinencia de lo más lenguaraz, con un temperamento sádico, colérico y expeditivo, huérfano de cualquier ribete de cortesía y compasión.
La refulgente reacción de sus compañeros sí le afectaba y además, en un grado superlativo, dejándole triste y apocado. La crudeza de sus modales, acompañada de su voz estropajosa, le dejaban moralmente lacerado.
Un soleado y apacible día, el patrón de aquel campo se aproximó a un rincón en el que el holgazán solía refugiarse para almorzar solo, sin sufrir el escarnio ni el escarmiento de sus compañeros.
-. ¿Por qué te encuentras aquí solo, almorzando al margen de tus compañeros de oficio? – Inquirió el patrón con mirada lánguida y compasiva.
-. Porque soy un vago sin redención, señor – Contestó el holgazán con admirable sinceridad y desprendida humildad.
-. Percibo que tu holganza te produce remordimiento, la madre del arrepentimiento. Eres consciente de tus faltas y eso me asombra. No hay nada más frecuente e infame que el autoengaño. La autojustificación es uno de los principales motores del mal del hombre ¡Y tú te encuentras libre de sus garras!- Replicó el patrón, reproduciendo muecas de esperanza.
-. Me alientan y reconfortan sus palabras, señor – Respondió el holgazán con la mirada iluminada.
-. Lo que requieres para cambiar es compañía y comprensión, una mano amiga que te acompañe en tu singladura hacia la mejora. No hay calvario más tortuoso que escalar una enhiesta montaña solo o que manejar un inmenso barco sin tripulación. El arropo y la camaradería son esenciales. Todos necesitamos ayuda, porque somos, en gran medida, seres dependientes. Ni el más implacable, pétreo o vigoroso es del todo independiente – Repuso el patrón con los ojos enrojecidos de esperanza.
-. En tus manos encomiendo mi espíritu – Sentenció el holgazán.
En un escaso puñado de semanas, el holgazán, con la inestimable ayuda del misericordioso patrón, cesó de ser un vago de competición, lo cual dejó a sus compañeros perplejos, estupefactos, anonadados… Hasta el punto de hacer incubar envidias.
-. Ahora que, gracias a su impagable ayuda, estoy renovado, va siendo hora de que les propine una severa lección a mis compañeros de oficio, por su displicencia, su mala educación y su ausencia de misericordia hacia el débil – Reveló el exvago u holgazán redimido.
-. Veo que no te has enterado de nada – Respondió el patrón con mirada arrojadiza.
-. ¿Qué quiere decir con esto, señor? – Preguntó el holgazán redimido ávido de curiosidad.
-. Del mismo modo que hallaste misericordia en mí ante tus defectos, es hora de que irradies la misma compasión ante las equivocaciones de los demás. Menos juzgar y más socorrer. Menos reprender y más acompañar – Concluyó el beatífico patrón.
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