Hoy, Domingo de Ramos, celebramos la entrada triunfal de Jesucristo, donde fue aclamado y entronizado por las gentes.
En cambio, el mismo Cristo que recibió los vítores y aplausos de la muchedumbre, fue crucificado por votación popular y decisión de un poder corrompido.
Esta contradicción explica que, en 2020, el cristianismo sea el credo más practicado y al mismo tiempo, furibundamente atacado. Adorado, a la par que perseguido.
Y lo verdaderamente milagroso es que esta contradicción de las gentes se siga reproduciendo 2020 años después de aquellos sucesos.
El Milagro está en que Jesucristo es Dios Hijo y en que el hombre de hace 2020 años es el mismo pecador que el de ahora.
Pese a que el correr de los tiempos haya traído cambios sociales, tecnológicos y científicos, las personas seguimos estando hechas de la misma pasta. Esto es así, por mucho que nos intenten convencer de que se ha construido un hombre nuevo.
Y estoy convencido de que la actitud de un buen católico tiene que regirse por esta contradicción de ser muy querido, a la par que repudiado. Quien sólo despierta odios y recelos, no creo que atesore una conducta verdaderamente cristiana. Ahora bien, el que no incomoda jamás a nadie por la defensa de la Verdad, tampoco pienso que esté haciendo las cosas como Dios manda.
Tras estas reflexiones, os deseo un feliz Domingo de Ramos. Aprovechemos estos días Santos y de clausura para hacer oración silenciosa frente a Dios. Recostémonos en los brazos de María y meditemos, con sosiego y sepulcral parsimonia, sobre qué es lo que el Señor quiere de nosotros.
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