Uno de los Milagros de la Bendición Urbi et Orbi del Papa es que ha emocionado a millones de personas poco practicantes y devotas, incluso renqueantes en su Fe.
Porque hacían falta más momentos contemplativos, de silencio y recogimiento ante Dios.
Los católicos tenemos el deber de rezar y cumplir reglas, pero a menudo nos olvidamos de que es necesaria la contemplación para encontrarnos con el Señor, cayendo así en una visión demasiado voluntarista de la Fe.
Benedicto XVI insiste con especial énfasis en buscar espacios de contemplación silenciosa ante Dios, siendo la Adoración Eucarística, con el Santísimo expuesto en la Custodia, el más sublime de los escenarios.
El Cardenal Robert Sarah, en su libro Se hace tarde y anochece, también, incide celosamente en la búsqueda del silencio dialogante ante Dios.
De hecho, si buceamos en los anales de la historia, podremos ver cómo los dominicos medievales, padres de la escolástica o filosofía católica (que descubrió la armonía entre la Fe y la razón, como un todo inseparable), insistieron en la importancia de la Contemplación de Dios o acto intelectivo, frente a la visión excesivamente voluntarista de Duns Escoto.
Duns Escoto cayó en el error de poner tanto empeño en cultivar la voluntad que la situó por encima del entendimiento, actitud voluntarista de la que, también, pecó San Agustín.
Mientras Duns Escoto erró de priorizar la voluntad sobre el entendimiento, Santo Tomás de Aquino dilucidó que el entendimiento es el que nos lleva a conocer el bien y la felicidad, lo cual otorga a la voluntad del carácter racional para tender adecuadamente hacia los mismos.
Por todo esto, no dejemos de cultivar la voluntad, pero centrémonos más en la contemplación ante el Señor, lo cual ha sido hoy un éxito mundial.
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