Una reflexión que me ha venido a la cabeza durante esta Semana Santa es que el Padre nos envió al Hijo hecho hombre como demostración de que lo Divino está conectado con lo humano y por ende, de que la Fe y la razón no son realidades separadas.
Con la llegada de Jesucristo, se hace humanamente visible que la Religión no es un ascetismo irracional, sino una práctica con un valor infinitamente racional, donde el crecimiento espiritual está ligado a la mejora moral, y que no se encuentra el misticismo por un lado y la razón por otro, tal y como ocurría en el mundo pagano precristiano.
Un ejemplo esclarecedor de esto último es el de la Grecia clásica, donde el logos (el pensar racional o filosofía) se fue abriendo paso a medida que se renunciaba al mitos. La razón y las religiones paganas no formaban una unidad, vagaban cada una por su cuenta. Según G.K. Chesterton, el erudito católico inglés, los hombres de aquella época podían “ser filósofos e incluso escépticos sin perturbar el politeísmo popular”.
Cuando la democracia ateniense entró en crisis y decadencia, Platón propuso buscar una manera de casar racionalidad y eternidad como solución a este hundimiento. Y Aristóteles llegó a la conclusión de que era necesario unir el cuerpo y alma de las cosas.
Esa ansiada unidad de razón y Religión, y de cuerpo y alma de las cosas, solamente se hizo plausible con la llegada de Cristo, que predicó una Fe que no estuviese separada de las necesidades humanas, aunque con un modelo bastante distinto al ideado por Platón y más próximo al de Aristóteles.
En lo que concierne a que la unidad de la Religión y la razón solamente se hizo plausible con la llegada de Cristo, G.K. Chesterton concluyó, en su ensayo El hombre y las mitologías, que “los ríos de la mitología y la filosofía fluyen paralelos, y no se mezclan hasta que se juntan en el mar de la Cristiandad”.
Sí que hubo, en el mundo pagano, algunos eruditos que supieron sobrepasar la irracionalidad de los cultos politeístas, para ver racionalidad en un dios que estuviese por encima de esas deidades.
G.K. Chesterton, en su ensayo Dios y la religión comparada, muestra algunas declaraciones que reflejan una superación del politeísmo, aludiendo a la necesidad de un dios situado por encima de los dioses.
Por un lado, Sócrates se despidió de los jueces con esta declaración: «Yo voy a morir y vosotros a vivir. A quién de nosotros aguarda un destino mejor es algo que todos ignoramos, salvo el dios«.
Por otra parte, Marco Aurelio dijo: «Si el otro dice: ‘Oh, querida ciudad de Crécope’, no dirás tú: ‘Oh, querida ciudad de dios‘ “.
Y por último, el pensador católico inglés menciona a Virgilio, quien supo ver, a través de la razón, a un dios que pondría fin al sufrimiento, al igual que Jesucristo, reflexión que se hace evidente en la siguiente declaración: «Compañeros míos, cosas más graves habéis sufrido, y a éstas también un dios pondrá fin».
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