La vieja Francia lleva sufriendo, a lo largo y ancho de varias semanas, ataques a Iglesias sin que prendiese la llama del escándalo en los medios de comunicación europeos.
La tragedia contra la regia, soberana, imponente y descollante Notre Dame ha sido la gota que ha colmado el vaso de la tibieza, la bofetada que ha despertado a Occidente de su hedónico letargo, logrando conmocionar a sus gentes y dejarlas tan petrificadas como las gárgolas de la refulgente y majestuosa Catedral de París.
El fuego del pecado ha elegido a Notre Dame como víctima, pero Nuestra Señora de París se ha servido del mismo para revertirlo en fuego renovador, en un fuego capaz de arder en las conciencias de los fieles, de reducir a cenizas la dureza de sus corazones y de tomar forma de jarra de agua fría que nos haga espabilar.
La historia se repite: el pueblo recupera la fe católica y retoma su práctica a causa de una situación extrema. Es triste tener que llegar a esto, pero la dureza de nuestros corazones necesita ser sacudida por emociones fuertes para poder ablandarse.
Lástima que tengamos que llegar a esto para abrazarnos a Dios y a María Virgen y Madre.
Todo empieza en Francia. Es la dorada Patria que otorgó a Europa su primer rey cristiano, con la conversión de Clodoveo. Fue la que inició el laicismo más feroz en el continente a causa de la Revolución Francesa. Y hoy, parece ser la incrédula nación que va a rescatar a Occidente de su tibieza y podredumbre moral.
Ver comentarios
A ver si es verdad que nos rescata de tanta podredumbre.
A ver si es verdad que nos rescata de tanta podredumbre.