El Principito, la obra maestra del ínclito, conspicuo y prodigioso Antoine de Saint-Exupéry, me conduce a creer en Dios a través de su mensaje principal.
El protagonista de El Principito, después de hacer una travesía espacial por varios asteroides, se dispone a buscar a su anhelada rosa hasta el hastío.
De todas las simples y efímeras rosas que hay en el mundo, a ésta, le tributa un cariño desmedido, le confiere una importancia superlativa.
Al ser alguien que se cuestiona el profundo porqué de las cosas, llega a la conclusión de que esa fútil y efímera rosa goza de tanta importancia en su vida por el valor que él le ha otorgado.
Esta reflexión le conduce a cerciorarse de que las cosas verdaderamente importantes se comprenden con los ojos del corazón, con un entendimiento de lo que nos rodea superior a lo material, a lo palpable, a lo visible, a lo que se puede ver y tocar.
El protagonista de esta novela agrega otro ejemplo, a mi juicio, más convincente e ingenioso que el de la rosa.
Se sitúa frente a un hermoso desierto, que evoca belleza y serenidad. Esto le lleva a reafirmarse en que las cosas verdaderamente importantes se comprenden con los ojos del corazón, puesto que si nos ceñimos a analizar dicho desierto únicamente desde la física y la geología, no alcanzaríamos a entender la armonía y sosiego que desprenden los elementos que lo componen, una realidad preciosa que trasciende a la materia.
Pues bien, este prodigioso razonamiento desarrollado en El Principito, que es el mensaje principal de la novela, me conduce a creer en Dios, puesto que si las cosas más importantes trascienden a la materia y se captan con los ojos del corazón, tiene que haber un ser superior a la biología que dote a lo material de un significado supramaterial (superior a lo material).
Aparte de lo que recoge El Principito, cabe destacar que los pensamientos, el motor que nos empuja a actuar, son inmateriales (por mucho que el cerebro sí sea material), realidad que pone de manifiesto que las cosas verdaderamente importantes trascienden a la materia.
Otro ejemplo que se me ocurre es el arte, donde el verdadero significado de un cuadro no está en lo dibujado ni pintado, sino en lo que éste transmite, en lo inmaterial del mismo, en aquello que captamos con los ojos del corazón.
Todo esto derriba por los cuatro costados el panteísmo, corriente de pensamiento que está muy de moda hoy en día y que consiste en que la naturaleza es dios, dado que si las cosas verdaderamente importantes trascienden a la materia, carece de sentido endiosar a la biología, a la física y a la geología, ciencias fundadas en lo material, palpable, visible y tangible.
La naturaleza es magnífica, rica y enrevesada, pero tiene que existir un ser superior a ella que la dote de significado. Ese ser no puede ser otro que Dios todopoderoso.
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