Las Procesiones de Semana Santa están resultando un fulgurante y rotundo éxito, un triunfo atronador, clamoroso, estentóreo y retumbante.
Las calles están pobladas de personas de todos los colores, incluso políticos, desbordadas de votantes del PP, VOX, Ciudadanos, PSOE y Podemos.
La adoración a Cristo y a María Virgen y Madre trasciende las chisporroteantes contiendas políticas, va más allá de las líneas divisorias de los partidos, de las encarnizadas, enconadas y desgarradoras luchas fratricidas por líderes corruptos de carne y hueso.
La Semana Santa pone punto final a la idolatría política, y a su consiguiente y correlativa deificación de sus desaprensivos gerifaltes, de sus innobles jerarcas, de sus inescrupulosos paladines, de sus optimates henchidos de tacha y cubiertos de ignominia.