Lamentarnos del suceso de Notre Dame es una reacción humana, natural, noble y loable, pero los cristianos tenemos la vocación de ir más allá de las lágrimas y dedicar unos segundos, minutos u horas de nuestro tiempo a rezar por esta tragedia.
Las lágrimas se las traga la tierra o empapan el asfalto, pero las oraciones vuelan alto y bien arriba.
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