Columnista: Íñigo Bou-Crespins, experto en divulgación católica
El sacerdote italiano Giuseppe Berardelli, en plena escasez de respiradores, renunció al suyo para salvar a otra persona infectada de coronavirus. El heroico gesto de este cura latino de 72 años ha inundado las redes sociales de vítores y aplausos.
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¿Por qué un sacerdote está más capacitado que la mayoría de las personas para entregar la vida por otros?
Las personas, cuando acometemos una buena obra, recibimos una recompensa interior que nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Esa sensación es fruto de un grado de Felicidad adquirido, causado por haber realizado un acto de bondad.
Pero ¿Qué sucede cuando la buena obra consiste en entregar la vida por otros?
En este caso, la recompensa interior por un acto de bondad desaparecía con la muerte, por lo que dejaría de tener sentido acometer tan descomunal proeza para aquel que la lleva a cabo.
Por consiguiente, si toda obra buena reporta un grado de felicidad, el cual da sentido a que las acometamos, se convierte en necesaria la existencia de una recompensa posterior a la muerte para que nos compense dar la vida por otros, puesto que, de lo contrario, sería tremendamente injusto e infinitamente poco gratificante.
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De esto, se desprende una razón lógica de la existencia de la vida eterna desde un punto de vista filosófico.
Y por esto, un sacerdote, al gozar de una Fe robustecida y vigorosa, está más preparado que la mayoría de las personas para entregar la vida por el prójimo.
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