Hoy, es viernes de Abstinencia de comer carne. Y también, se me ocurre que es un día formidable para abstenerse de los malos recuerdos.
En un epígrafe del libro Dios quiere hablar contigo, el sacerdote católico Don Jesús Silva Castignani subraya que una de las trampas más capciosas del maligno es la de dejarnos estabulados en las derrotas de nuestro pasado.
Hacer borrón y cuenta nueva con nuestras gestas perdidas es un remedio fabuloso contra la desazón.
Ahora bien, si queremos quedarnos del todo en Paz, sin recaídas, sin entramparnos en los vericuetos de los malos recuerdos, la receta más efectiva es ser testigo de cómo Dios, creador y todopoderoso, el más grande, el más sublime, el insuperable, ha pulverizado nuestras derrotas con su dedo divino.
Y la senda para alcanzar este Divino perdón es la Confesión, mediante la cual obtenemos la garantía de que el mismísimo Dios nos ha perdonado de nuestros pecados.
Otro razonamiento que se me ocurre a favor de la Confesión es que tiene todo el sentido del mundo que sea verbal y ante un Sacerdote, Ministro de Dios.
Por ejemplo, cuando hemos infligido un daño a alguien, tenemos la necesidad humana de verbalizar ese arrepentimiento para quedarnos tranquilos, de reconocerlo con nuestras propias palabras.
Con esta realidad sobre la mesa, cabe recordar que el Catolicismo es la Religión que nos exige el perdón de los pecados a través de la necesidad humana de verbalizar el arrepentimiento ante un mediador humano. Curioso, ¿No?
Pues bien, Dorian Gray, protagonista de esta novela, tras cometer un sinfín de atrocidades (con algún asesinato incluido), no se queda tranquilo con el mero hecho de perdonarse a sí mismo, sino que concluye que la forma de enmendarlas es confesarlas públicamente, verbalizarlas, además de hacer a Dios partícipe de ello.
En estos términos, lo pone de manifiesto: “Era su deber confesar (…) Había un Dios al que se debían decir los pecados en la tierra tanto como en el cielo. Nada podría salvarle hasta que no confesase su pecado”.
Iván Ilich, el protagonista, quien yacía enfermo en la cama, estaba atormentado por su pasado, por el remordimiento de no haber alcanzado la vida lograda.
La buena de su mujer allanó el camino para que Iván Ilich fuese recibido por un Sacerdote, ante quien se confesó, para recibir después la Comunión.
Acudir a ambos Sacramentos, además de ocasionarle un alivio de lo más reconfortante, le condujo a romper con el dolor por las derrotas de su pasado. “Sí, no fue del todo como debía ser -se dijo-, pero no importa. Puede serlo. ¿Pero cómo debía ser?, se preguntó, y de improviso, se calmó”.
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