Una mujer que se dirigía de Sevilla a Madrid, en su viaje de retorno tras las Procesiones de Semana Santa, se había visto en un apuro automovilístico en plena carretera.
Un estado de pánico se había apoderado de la conductora. Estremecida y sobrecogida por la angustia, optó por telefonear a la Guardia Civil antes de romper a llorar y de estallar en cólera por la impotencia.
La Benemérita tardó menos de 2 minutos de reloj en aparecer en el lugar indicado, en pos de socorrer a la conductora con la mayor presteza, premura y diligencia profesional. Además, le atendieron con una amabilidad y distinción paradigmáticas, de una exquisitez irreprochable.
La conductora, vista la mayúscula e hiperbólica eficacia de la Guardia Civil, cubrió de loas, laudes y palabras encomiásticas de infinita gratitud a los próvidos agentes.
Los brazos vigorosos del orden y la ley vuelven a dar la talla a una velocidad relampagueante y con unos modales acrisolados.
Todavía quedan hombres con capa y guante blanco.
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