La dependencia es un mal que no hacen ningún bien. Si tenemos dependencia a una persona o personas (por no saber separar y diferenciar el amor en la familia o pareja de la adicción), nunca podremos tener una relación sana.
En el caso del trabajo tener adicción al trabajo es igual de malo que tener adicción hacia una persona o personas.
Esa dependencia o necesidad de una persona, trabajo o personas es tan mala como la peor de las drogas, ya que no nos permite ver las cosas con claridad. Nos coarta por completo, al llegar a permitir la invasión completa de nuestra privacidad y espacio vital; es decir, nuestro statu quo, que es tan necesario para vivir y sobrevivir.
En el momento que permito que vuelvas a acercarte a mi coche y me vuelvas a dar, vamos a tener un problema, hasta que el antivirus de nuestro disco duro baje la guardia en ese aspecto (nuestra defensa más vital ante cualquier intento de ataque a nuestra libertad).
En este caso, ya no habría vuelta atrás, ya que la barrera que ha sido invadida es psicológica y no física, y volverla a colocar es realmente difícil; porque, como decía el gran Martín Luther King Jr., “la libertad nunca la otorga voluntariamente el opresor; debe ser exigida por los oprimidos” (y si los oprimidos o personas a las que se les ha contaminado su esencia no la reclaman de nuevo, nunca la recuperarán).
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