Somos un equipo. Esto algo que Noelia y yo tenemos claro desde los albores de nuestra singladura. Singladura que, a su vez, es aventura, y que, con nuestras almas trenzadas, se convierte en partitura. Porque nuestro amor es un ente musical. Tiene fisonomía y rostro de canción. Ya lo decía Platón: la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo…
Y así, sucesivamente; uno hace un globo y el otro, una volea, como si estuviésemos jugando un partido de tenis amistoso; porque ninguno de los dos es el que manda en este baile atemporal; porque desconocemos quién es el amo de la pista; porque sabemos que la música es cosa de dos…
Ella se transfigura en Chris Norman y yo adopto la forma de Suzi Quatro, para reproducir juntos el videoclip de Stumblin’ In; una canción deliciosa, con la que recomponer amores truncados…
Noelia y Josep, Josep y Noelia, dos espíritus ácratas que juegan con el carrito de la compra por un supermercado, en anhelosa búsqueda de algún producto gourmet…
Cada compra que emprendemos juntos, en equipo, es como viajar a Italia, pero sin desfilar por las tumultuosas áreas de un aeropuerto.
Nuestras emociones pegan un brinco hasta alcanzar Nápoles, con el afán de hundir las perlas dentales en una de sus proverbiales pizzas; su sabor es arte de birlibirloque, pura magia. Y tal como cuenta aquella leyenda, nuestra imaginación se une, en travesía, a Marco Polo, para regresar a Venecia desde China con unos macarrones de lo más crujientes; los cuales harán que nos desmayemos de placer tras cocinarlos al dente…
Pero lo más estimulante de todo es que Noelia y yo saboreamos estas experiencias en pareja, en equipo; a la par que ambos cubrimos nuestros torsos con jerséis de cuello vuelto…
Llegamos a casa y nos adentramos con fruición en la cocina, dispuestos a incendiar Roma de la mano de Nerón, pero en una versión bastante más democrática. Descorchamos con frenesí las botellas de lambrusco. Balanceamos las copas al son de sinfonías de Puccini. Y avivamos el fuego de la vitro con la impetuosa voz de Laura Pausini. Porque, como puse por escrito en el primer renglón de este relato, nuestro amor es un ente musical, con fisonomía y rostro de canción…
Albergamos el quimérico deseo de que la pasta no se nos pase ni un milímetro; pero si esta utopía no triunfa, da igual, porque lo importante somos Noelia y yo, yo y Noelia…
Nuestro empeño por esculpir la pasta al dente resulta malogrado. No servimos para cincelar un dintel, pero sabemos reír juntos en una mesa con mantel. Y esto es, en esencia, el objetivo de todo…
Así, nos lo hizo entender el insustituible Antoine de Saint-Exupéry, en su obra El principito. Los misterios que encierra la vida no los descubrimos con los ojos del semblante, sino con la mirada del corazón…
Terminamos de cenar. Estamos ahítos. Tenemos el estómago, por entero, saciado, pero nuestras neuronas se encuentran hambrientas de curiosidad intelectual. Y a la sazón, buceamos hasta las marismas de la historia del pensamiento.
Transcurren las horas con la delicada parsimonia con la que funciona un reloj de arena; intercambiamos nuestras inquietudes, nuestras impresiones, nuestros pareceres… Todo ello a fuego lento. Con cariño y sutileza, con respeto y gentileza, con aplomo y gallardía.
Noelia y yo, la fuerza de un equipo…
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