Este periodo de cuarentena, dentro lo difícil que por momentos se me está haciendo, me está permitiendo en mayor o menor medida cultivar mi vida interior y llevarme a momentos de profunda reflexión.
A pocos que me conocen de verdad engañaría si digo que en mi infancia y juventud cultivé cierto idealismo, esas ganas propias de todo joven por cambiar el mundo, probablemente pecando de la vanidad de imaginarme siendo yo el protagonista de dicho cambio al nivel de un caudillo político-militar, propio de una novela de caballería de antaño adaptada a los tiempos. Creo que el idealismo, el romanticismo, el heroísmo son creencias y sentimientos propios del joven de bravo corazón y, en ocasiones, un refugio fantasioso y opio frente a la dureza de la realidad.
En muchas ocasiones, escuchaba a mis mayores y referentes aquello de “debes ser más realista”, “debes madurar el idealismo”, “no puedes tener tanta fantasía”. No voy a negar que, en cierta medida, tenían razón, pero el realismo siendo importante y necesario deja un fruto terrible en el alma humana, pues lleva al hombre a la falta de esperanza, al egoísmo, a la frialdad, en definitiva, a la justificación de la mediocridad. Una mediocridad con la que tragamos y transigimos en el día a día.
“Mi jefe se aprovecha de la gente, es un explotador, manipula y no reconoce los méritos, pero, claro, al final necesito el dinero todos los meses para poder pagar mi hipoteca y cubrir mis necesidades familiares y, también es verdad, que es algo que le pasa a todo el mundo, donde hay patrón no manda marinero”. ¿Es razonable? Absolutamente, sí. Pero por un motivo razonable, estamos aceptando y permitiendo que se generalice un comportamiento injusto.
“Estoy saliendo con esta persona. Es una persona magnífica, nos entendemos bien, tiene un buen trabajo, me da estabilidad. Sin embargo, no es capaz de respetar principios que he cultivado desde siempre, en mi familia, en el colegio, etc. y que son muy importantes para mí. Sin embargo, si no cedo, temo que se vaya con otra persona y que los proyectos que imagino en el futuro se me vayan al traste. Además, tampoco es tan grave y la mayoría de la gente no le da la importancia que yo le doy. Más vale pájaro en mano que ciento volando”. ¿Es razonable? Absolutamente, sí. Pero por un motivo razonable estamos aceptando y permitiendo que se generalice un comportamiento injusto.
“Odio el sistema capitalista, crea injusticia social, arrasa las pequeñas empresas españolas, permite que empresas extranjeras se queden con nuestros recursos, destruye la clase media, provoca que suban los precios de productos básicos y que el acceso a los mismos cada vez sea más difícil para la gente. Sin embargo, es el sistema que hay y si lo cuestiono y me enfrento a ello, es como si me diera un cabezazo contra un muro, por lo que no conseguiría nada, salvo hacerme daño. Por ello, si no puedes con tu enemigo, únete a él”. ¿Es razonable? Absolutamente, sí. Pero por un motivo razonable estamos aceptando y permitiendo que se generalice un comportamiento injusto.
“El gobierno está haciendo leyes educativas contrarias a mis convicciones, educando a la sociedad en valores que son perniciosos y sin que los padres podamos hacer nada, pero claro, si me enfrento corro el riesgo de que me metan en la cárcel, de perder mi empleo y que mis hijos no puedan comer todos los meses. Además, la educación donde más se aprende es en casa”. ¿Es razonable? Absolutamente, sí. Pero por un motivo razonable estamos aceptando y permitiendo que se generalice un comportamiento injusto.
“Me gustaría ir contracorriente, luchar por mis ideas, pero claro no puedo ir contra la sociedad, al final es mejor hacer lo que hace todo el mundo”. ¿Es razonable? Absolutamente, sí. Pero por un motivo razonable estamos aceptando y permitiendo que se generalice un comportamiento injusto.
Podría seguir y seguir con ejemplos cotidianos, que al final se resumen en que, con motivos absolutamente razonables, hemos justificado la mediocridad hasta normalizarla y eso nos ha llevado a dejar de luchar contra las injusticias, a dejar de cultivar ideales y aspirar a metas altas, en definitiva, a reprimir la potencialidad y aspiración natural hacia una vida y existencia plenas.
Hemos renunciado a todo ello únicamente a cambio de tener comodidad y ésta se ha caracterizado por bienestar material y adaptación al entorno social aún a costa de nuestros ideales, de los principios cultivados en nuestra familia, del depósito de tradición que nuestros ancestros conservaron y dejaron en nuestras manos, también para que nosotros fuésemos sus custodios y les hemos traicionado.
Y yo me pregunto, si hemos normalizado la mediocridad con argumentos éticos y razonables, ¿estamos realmente preparados para luchar por algún ideal? ¿tenemos alguna motivación para trascender y salir de la realidad que hemos creado? Al no tener razones para ello y ser incapaces de hacer absolutamente nada, desgraciadamente, el cambio social sólo puede venir a través de una purificación que escape de la mano del hombre. Nos lo hemos ganado a pulso, muy razonadamente.
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