Decía Oscar Wilde que después de una buena comida, uno se vuelve capaz de perdonar a cualquier persona. Así pues, os vamos a recomendar una ruta de tapas en Sevilla que hace justicia a este epigrama del escritor irlandés.
Para empezar con buen pie esta travesía gastronómica, es imprescindible degustar los irresistibles montaditos de piripi y pringá de La Bodeguita Antonio Romero; situada en el número diecinueve de Antonia Díaz, colindante a la calle Adriano (uno de los centros neurálgicos de la vida festiva sevillana).
A escasos metros de esta curia gastronómica, hay otro hito que es de parada obligatoria; éste es Casa Morales. Es de los pocos lugares en los que todavía se puede disfrutar de una tapa de sangre encebollada (un icono de la tradición hispalense, el cual ha caído en desuso). Otra de sus características más significativas es que, además de un bar, es una bodega, exornada con gigantescos barriles; de lo que se puede inferir que sus finos y manzanillas son olimpiacos elixires.
Ahora bien, la bodega por antonomasia se llama Díaz Salazar, la cual está justo en la misma calle que Casa Morales; en concreto, en el número veinte de García de Vinuesa; y en el trece, se encuentra la Freiduría La Isla, que brilla por la exquisitez de su pescadito frito.
Muy cerca de esta triada de bares hermanados por la calle García de Vinuesa, se halla La Bodeguita Casablanca, en Adolfo Rodríguez Jurado; local que sobresale por el arrobador sabor de sus patatas aliñadas.
En el costado opuesto de la Catedral de Sevilla, se encuentra la Cervecería Giralda, ubicada a tiro de piedra del descollante monumento. Su estilo decorativo goza de un atractivo turístico de lo más magnético, puesto que se halla en el interior de un antiquísimo hammam. Además de destacar por su valor histórico, se caracteriza por ofrecer uno de los mejores solomillos al whisky de la ciudad.
Otro restorán en el que sirven un solomillo al whisky digno de encomio es En la Espero te Esquina (así, se dice y escribe). Su plato estrella es un montadito del citado manjar, con una ración de patatas fritas incorporada. Sus espinacas con garbanzos, también, merecen recibir una mención laudatoria; pero, sobre todo, su estilo decorativo de corte folclórico, leal al donaire cañí más arraigado. No cabe duda de que es un lugar genuino, con mucho gracejo y encanto, aunque poco recomendable para citas amorosas. Otro sitio que despierta el atractivo visual por su decoración autóctona y desenfadada es el Restaurante Donald.
Tras haber sido seducido por un piripi, una pringá, una tapa de sangre encebollada, otra de solomillo al whisky, un plato de espinacas con garbanzos, una ración de patatas aliñadas y un surtido de pescadito frito, el siguiente paso no puede ser otro que el de saborear una deliciosa ensaladilla de gambas.
Muy cerca del último restaurante al que hemos hecho alusión, se encuentra La Alicantina, situada en el corazón palpitante de la Plaza del Salvador. La buena fama de este bar es ostensible por la ensaladilla de gambas con la que sus parroquianos son deleitados.
Un poco más lejos, aunque no demasiado, está Mariscos Emilio, ubicado al principio de la calle Génova, que desemboca de la flamante Plaza de Cuba. Su ensaladilla de gambas es la más afamada de toda Sevilla; sin menoscabo de la citada en el párrafo anterior. El gazpacho es, también, uno de sus puntos fuertes, además del marisco (en honor a su nombre). Se caracteriza por ser mitad bar, mitad restaurante; nada más entrar, hay una extensa barra metálica, de “las de toda la vida”; y al fondo, un comedor, para almorzar de manera más distendida y solazada. Por ambas razones, es un lugar frecuentado por personas de casi todas las edades.
Como colofón, consideramos que esta ruta gastronómica es de las más recomendables para aquellos que deseen probar lo más típico de la ciudad hispalense.
En palabras de Don Francisco de Asís Palacios Ortega, popularmente conocido como El Pali, “menos misiles y más pavías de bacalao”.
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